Las voces de Manuel Puig siempre vuelven
El diario La Nación, en un artículo de Silvia Hopenhayn, se refiere a Manuel Puig, en el año del 80 Aniversario de su nacimiento.
En algunas ocasiones se podría decir, con cierta nostalgia e ironía, que las mejores novelas son las que ya están publicadas. Sobre todo cuando los libros en cuestión se encuentran agotados y bien merecen una renovada lectura; aquellos que no aparecen en las librerías comerciales y se los espera como pan caliente.
Es el caso de las novelas de Manuel Puig. Frescas, incisivas, melodramáticas, provocadoras, sensuales, sensatas y, créase o no (luego de semejantes epítetos), argentinas. Sus historias son tan cercanas a nuestra idiosincrasia -perdón por palabra tan adusta- que causan gracia y lamento. Más que detrás del espejo, como nos lleva Lewis Carroll con su Alicia, Puig nos pone magistralmente frente al espejo, quizá guiado por lo que él mismo decía: «Hay que pintar el mundo del cual uno se siente testigo privilegiado».
Ahora sus novelas están al alcance de la mano (también del bolsillo, la edición es económica) y del ojo: sus nuevas tapas tienen plena gracia y se corresponden con el amor al cine que tenía Puig. El sello Booket lanza en diciembre una primera entrega que consta de cuatro novelas: Pubis angelical, Sangre de amor correspondido, Cae la noche tropical y, una de las mejores, La traición de Rita Hayworth. Esta última es, en realidad, la primera. Se publicó en 1968 y causó revolución en la literatura. Nunca se había «escuchado» una prosa así. Y digo bien escuchado, porque el estilo de Puig se centra en lo que se dice. Eso no significa que sea una prosa de la oralidad, como se la solía clasificar. Se trata de lo que se dice en lo que se escribe. No es una traslación de modos de hablar, aunque la novela alterna primeras personas y también diálogos o diarios. Es la construcción de una voz en una lengua novedosa. Por momentos Toto, el protagonista, cuenta sus cuitas, luego lo hacen la niña Teté o Héctor, el primo seductor, o la pecadora Paquita, o dialogan Choli con Mita. Todo esto ocurre en un pueblo polvoriento, hundido, pero, sobre todo, chismoso y aglutinado, donde no hay sombra que proteja al audaz, y menos si la audacia radica en la indagación de sus impulsos o la búsqueda de sabores nuevos.
También en esta primera novela Puig traza las coordenadas del escenario para sus glamorosos y enquistados personajes, el pueblo de Coronel Vallejos, de fácil asociación con General Villegas, donde el propio escritor pasó -y en parte, sufrió- su infancia y adolescencia. El mismo pueblo donde transcurre su novela Boquitas pintadas. Una escritura de estilo único, que atraviesa por primera vez -luego habrá émulos- distintos discursos: el del cine, el chisme, el folletín, la literatura, la radio, el diario, etcétera. Y evidencia lo que Alan Pauls, uno de sus mejores críticos, llamó «la zona íntima», no por ello impúdica ni reducida. Más bien honda y conflictiva, en la que se enlaza el chisme con el psicoanálisis, en una cruzada literaria cargada de imágenes imborrables. Como la primera película que vio Manuel Puig, a los cuatro años, en el cine de Villegas, La novia de Frankenstein, con Boris Karloff; o los ojos traicioneros de Rita Hayworth en Sangre y arena, tan invocados en esta novela. Un detalle de la edición, quizá por consigna del pudor: en la breve reseña biográfica no figura la fecha de nacimiento del autor. Y es de festejar, este año Manuel Puig cumpliría ochenta años.