Así despidió Télam a Fredy Oleaga
La muerte del villeguense radicado en la ciudad de La Plata producida esta mañana no pasó inadvertida para la agencia nacional, como tampoco para sus colegas que mediante diferentes publicaciones manifestaron su sorpresa y profundo dolor por la partida temprana de un apasionado del periodismo y mejor persona.
Allí se lo describe como un enamorado y verdadero difusor de las particularidades del noroeste bonaerense, tanto que muchos de los que a lo largo de su vida pasaron por ella conocían a Gral. Villegas como si hubiesen vivido, solamente por haber oído sus relato.
Quienes lo conocieron saben que verdaderamente fue una gran pérdida, quienes lo descubren a partir de ahora, sentirán lo mismo.
Murió Alfredo Oleaga, un profesional que, desde Télam, encarnó el periodismo federal y la amistad duradera
Oriundo de General Villegas y periodista de pura cepa, Fredy, como lo llamaban sus familiares y amigos, quien supo despeñarse en la corresponsalía de la agencia en la ciudad de La Plata, falleció este lunes a los 61 años. Se lo va a extrañar, y mucho.
Alfredo Oleaga (61) murió hoy en La Plata, ciudad de adopción en la que estudió y ejerció el periodismo teniendo como bandera propia, desde la corresponsalía de la agencia Télam en esta ciudad, el federalismo informativo y el cultivo de amistades duraderas que hoy lloran su pérdida y empiezan a transitar la orfandad de su ausencia.
«Los porteños no saben ni dónde queda Junín, Azul ni General Villegas, piensan que pasando la General Paz no hay nada, ni les interesa», renegaba a diario con su vozarrón producto de décadas de cigarrillos impiadosos; y de inmediato se sentaba ante su máquina y escribía para «desasnarlos».
Fredy, como lo llamaban todos, era un periodista de pura cepa, un viejo cronista de los que ya no hay, que amaba las buenas historias, en especial aquellas que encerraban todo un mundo invisibilizado por los grandes medios.
Fue así que con él, y por primera vez en la historia de la Agencia Télam, las inundaciones que afectaban -y afectan de manera recurrente al noroeste bonaerense- tuvieron rostro humano y dejaron de ser un mero registro estadístico.
En sus cables hablaba el hombre o la mujer común espantados por el agua, se quejaba el tambero o la maestra rural contaba su lucha para que los niños de los campos inundados siguieran estudiando.
Sus relatos movilizaban, detrás de ellos aparecían los noteros de la TV para ponerle imagen a sus relatos, y con estos logros también solía aparecer la ayuda que tanto reclamaban esos pueblos y pobladores.
Era un convencido de que los medios, y más una agencia de noticias del Estado, debía dar voz a quienes no la tienen, y que es tarea de una corresponsalía reflejar sus realidades e idiosincrasia. Federalismo informativo, que le dicen.
Alfredo mismo fue un hijo de la inundación. Había pasado varias, ya que había nacido en General Villegas, en ese mismo noroeste olvidado por la mano gubernamental.
Su «Tres Arbolitos», como sin embargo gustaba llamar a su pueblo, era en rechazo al nombre de ese coronel genocida de los pueblos originarios de esa región.
Amaba su tierra, y cada vez que la visitaba le costaba regresar, porque allí, volvía a ser el Fredy niño y adolescente rodeado de amigos y de esos personajes que tan bien supo retratar su coterráneo Manuel Puig.
Y como este escritor, también sabía que a veces los pueblos chicos son infiernos grandes, de mentes cerradas y oligarcas. Pero era su General Villegas, y los que lo conocieron aprendieron a amar ese pueblo como si hubieran vivido siempre allí de tanto escuchar sus relatos sorianescos.
Maestro de periodistas, formó profesionalmente a todo el actual plantel profesional de la corresponsalía de Télam en La Plata.
«No sirvo para enseñar, vos mirá como armo el cable y aprendé», decía casi con timidez. Y si se hacía necesario corregir algún material, lo hacía con paciencia entre mate y mate.
Fue el mejor jefe que un periodista podía tener, enseñaba con el ejemplo, y con el hecho de ser un buen periodista y mejor persona.
Era calentón como buen vasco, una injusticia y enseguida enfurecía. Libraba grandes batallas para defender y jerarquizar el trabajo desde su corresponsalía. Supo luchar contra varios y posibles cierres y ajustes de Télam. Y ganó, pero luego de cada batalla acumulaba cansancio.
Hoy se levantó como siempre, temprano para leer los diarios y los análisis del día después electoral. Tal vez no le dio importancia a ese pinchazo y el agite de su corazón. No era la primera vez. Ya iba a pasar. No era necesario despertar a su esposa Mónica.
Se sentó en su sillón a esperar que pase…
«Se durmió», dijo después su mujer, y así lo queremos creer quienes lo conocimos y lo amamos.
La muerte llegó aviesa y traicionera, pero no quiso, o no se atrevió, a infligir más dolor a alguien que en su vida fue puro corazón y amistad.
Se acercó sigilosa pero terminante, y simplemente detuvo el latido de su corazón.
Alfredo Oleaga seguirá estando en cada cable que Télam emita sobre su amado interior bonaerense.
Buena persona , lo vi con sus amigos , se ve que llegaba y salia a estar con ellos , todos los que nos fuimos nos pasa y extrañamos a esos amigos y más a este Señor Fredy …qpd