Liliana Parodi habla de su Villa Saboya natal y Gral. Villegas en su reciente libro autobiográfico
La reconocida productora del canal América presentó «En vivo. Autobiografía de una mujer de la televisión». En esta nota realizada y publicada por Infobae, el adelanto de los mejores fragmentos de dos capítulos imperdibles que descubren parte de su historia de vida y coraje.
Para Liliana Parodi el detrás de cámara es su lugar en el mundo. Originalmente le brindó protección y ella lo convirtió en un espacio confortable y luminoso. Lo supo convertir en virtud. Pasaron 30 años de trabajo y de una carrera profesional constante, metódica y dedicada en la televisión argentina, con el frenesí vertiginoso y propio de los medios de comunicación. Y que a primera vista tanto la separan de aquella niñita sensible y brillante que creció y se formó en una casita del pueblo de Villa Saboya, cerca de General Villegas, uno de los tantos en la Provincia de Buenos Aires, y a la que le costó «sacar la cabeza del montón».
Pero a fuerza de golpes familiares, de una paciencia que ni ella misma sabía que disponía como atributo, de un gran poder de superación y de una actitud incansable ante la vida, la «peque» Lili llegó a ser «la Parodi», una mujer talentosa y decisiva en la televisión a la que todos respetan.
Justamente allí reside el gran aporte de este libro: no hubo transformación alguna, se trata de la misma Liliana. Esa niña tierna y vulnerable, hoy cobijada por los años y la experiencia, es la misma mujer talentosa, en el podio de las hacedoras de la TV argentina.
En vivo. Autobiografía de una mujer de la televisión (Editorial Planeta) es la flamante autobiografía que acaba de editar Liliana Parodi, y no podía llamarse de otra manera. Y confirma que ella es una mujer absolutamente inspiradora por donde se la mire. Creadora de programas, equipos e ideas a lo grande, es decir: sin que se note «el hilván de autor».
Parodi después de 30 años de trabajo en el Grupo América dedicó el libro a quienes la acompañaron en este largo camino: a su madre, a sus hermanos, a sus sobrinos (de los que habla con un amor incondicional como si fueran sus hijos); a Ulises, su gran amor. A Eduardo Eurnekian, Daniel Vila y Eliseo Álvarez. Reivindica en cada página el rol del productor, como un ideólogo/a fundamental de cualquier producto televisivo y reconoce haber sido una gran formadora de talentos de varias generaciones en la escena local.
CAPITULO – YO LILIANA
Imaginé que sería sencillo contar mi vida. Tal vez porque la gente me percibe como una mujer que no le teme a nada, una mujer arrasadora, avasallante. Pero, puesta a hablar acerca de mí, confieso que tengo algunos miedos. Por ejemplo, tengo miedo de las tormentas. También tengo miedo de llegar a la vejez y carecer de los recursos económicos para sobrevivir del modo que a mí me gusta vivir. Le temo a la difamación, aunque no sé si es exactamente miedo, pero me enfurece, por ejemplo, que inventen que robo. (…)
(…) Le tengo más miedo al dolor que a la muerte. He tenido un par de amigos jóvenes que tuvieron que atravesar el proceso del cáncer y eso me afectó. Mi abuela también murió de cáncer. Por entonces, tenía 7 años y mi abuela, junto con mi mamá, eran las personas más importantes de mi vida. (…) Recordar la muerte de mi abuela me conecta con mi infancia y con la sensación, que todavía conservo, de cómo lo supe.
Mamá se había casado con Parodi y nos habíamos ido a vivir a un pueblo de la provincia de Buenos Aires, cerca de General Villegas, que se llama Villa Saboya. La familia de Parodi vivía en la última casa del pueblo. (…)
(…) tenía siete años y era la que hacía los mandados. «Lili, andá a buscar la galleta (de campo) a la panadería. Y pasá por el almacén para ver si llegó algún mensaje». Yo buscaba la galleta de campo en la panadería, y lo del mensaje me lo decían para que averiguara si había llegado algún recado desde Villegas; en ese caso, en el almacén me daban un papelito con el mensaje escrito para que lo llevara a mi casa.
Así que, ese día, abrí el papelito y, como ya sabía leer y escribir, pude leer: «Murió la abuela». Con mis siete años, crucé el pueblo en silencio, con la noticia fresca en el pecho: la abuela Nati había muerto. Ese día llegué a casa con el papelito, se lo di a mamá y ella se puso a llorar. El asunto era que, además, había que conseguir dinero para viajar los 80 km que separaban un pueblo del otro. En aquel momento, eso era una dificultad, que se agregaba al dolor de la muerte. (…)
(…) Siempre sufrí los abandonos, y no importa a qué ámbito de mi vida pertenecieran: un abandono siempre es eso, un abandono, una clase de desgarro que deja huella en la vida, y del que volvés, claro que volvés, pero nunca igual a la que eras antes. Incluso hoy sé que, a pesar de mi fortaleza, nunca voy a estar lo suficientemente preparada para ninguna clase de abandono. (…)
(…) Llevo más de treinta años de análisis con Marta Williams, mi doctora. En 1988, cuando empecé, sentía pánico. Pánico no solo por lo que me pasaba, sino por lo que yo veía que pasaba a mi alrededor. Mi hermana estaba embarazada nuevamente. (…) Cada embarazo de mi hermana era un motivo de preocupación para mí. En total tuvo ocho hijos que hoy ya son grandes y tienen sus propios hijos. (…)
(…) Mis tres hermanos Claudia, Daniel y Cristina y mi mamá fueron el motivo, el motor, el sentido por el que yo decidía vivir, hacer e intentar superarme todo el tiempo. Mamá y ellos tres eran todo mi mundo y no había nada más importante que ellos para mí. Yo asumí una figura paterna sobre ellos. No sé muy bien cómo se desarrolló o por qué fue así, pero de alguna manera yo cubrí la vacante de una ausencia en mi familia y se ve que me calzó bien porque me encantó ese lugar.Un lugar que hoy asumo en mi trabajo, con mis amigos, en todos lados. (…)
(…) a los doce, cuando empecé a entrar en la adolescencia, me enojé con todos y con todo. Estaba enojada con mi madre y hasta se lo contaba a mis amigas. (…) Creo que, en el fondo, sentía un enojo bravo con mi familia. Hoy me doy cuenta de que no era la simple necesidad de confrontar, sino mi deseo de decirles que terminaran de hacerme creer lo que no era. (…) Crecí escuchando que era la hija de un padre que no era mi padre, llevaba un apellido que en realidad debería haber sido otro. (…)
(…) La mentira me enoja, ¡es horrible! Y me enoja lo que sigue a la mentira, que es el cuidado de las apariencias para poder sostenerla en el tiempo.
Cuando se crea esa dinámica, todos saben, pero nadie lo dice. Y esto es muy frecuente en la vida de un pueblo. Es bravo crecer en un pueblo.
Mamá me tuvo a mí poco después de cumplir los diecinueve años. Fue madre soltera en un pueblo, lo cual, en ese tiempo, ya era bastante desgraciado y repudiado. (…) Ella quiso que yo tuviera una familia y un nombre y se casó con el hombre que consideró nos daría esa familia. En parte lo logró porque tuvo tres hijos más y fuimos siempre una familia a pesar de que a los nueve años de casada y habiendo soportado tremendas situaciones de violencia de género decidió seguir sola al frente del grupo familiar. (…)
(…) Yo trabajo de impaciente, pero tengo una paciencia enorme e infinita. En apariencia, mi imagen y mi manera de comportarme dan la sensación de vértigo, de que quiero todo rápido y ahora. Y en contrapartida soy la misma que tuvo la paciencia de esperar 29 años para conocer a su padre. (…)
Pensaba que no era importante conocerlo. Si yo había podido crecer y vivir así, si la vida se me había planteado de esa manera, tenía que seguir adelante. (…) Al menos, no lo era conscientemente. Pero, a los 29 años, sin dar explicaciones ni avisar, lo busqué. (…)
(…) en ese momento, también me había tocado trabajar en casas de familia para ayudar a mi madre a sostener la economía familiar ya que mis hermanos eran muy pequeños cuando nos quedamos los cinco solos. (…) En mi casa era un secreto a voces que Parodi no era mi papá. Si bien llevo su apellido y fui reconocida legalmente por él, sabía que no era su hija biológica. Nunca, jamás, lo había preguntado, pero lo sabía. (…)
(…) A mis 17, cuando mi madre se separó de Parodi, pudimos hablar con ella del tema. Mamá me preguntó si me acordaba de ese señor que visitaba la casa de la abuela, de ese que era amigo de la familia: «Bueno,ese es tu papá». Me acordaba de él. (…) Aunque era chiquita, tendría unos cuatro o cinco años, yo sabía de quién me estaba hablando y también recuerdo la pequeñísima pulsera de oro que me regaló en una Navidad. (…)
(…) Cuatro años después de aquella conversación, con más de veinte años, viajé a Villegas. Visité a mi padrino y a su familia para saber si conocían al «Ruso» . Hasta que un señor que viajaba a Venado Tuerto a menudo, y que era amigo de mi padre, me dio un dato concreto: me entregó un papelito de tienda donde estaba escrita la dirección de su casa (en Venado Tuerto). Guardé el papelito, lo doblé chiquitito y lo puse en un viejo portadocumentos. (…) La vida continuaba, mi trabajo, mamá y mis hermanos. Me fui a vivir sola y atravesé los que, creo hoy, fueron los años más difíciles de mi vida. Un buen día, cuando tenía 29 años, busqué el papelito que había guardado (…)
(…) Escribí una carta para mi padre y la envié a esa dirección. En ella le contaba quién era yo, le decía que quería conocerlo y que no quería irrumpir imprevistamente en su vida. Me imaginaba que él tenía una familia y que quizá le resultaría extraño o difícil recibirme justo en ese momento.
Pero me resultaba necesario e importante saber cómo era mi otra mitad. (…) Le dejé mi número de teléfono y la envié a esa vieja dirección. Una semana más tarde, recibí una llamada del señor amigo de mi padre, el mismo que me había entregado el papelito. Me contó que él estaba enfermo, que había estado internado y que ahora estaba viviendo en la casa de su suegra. Y me sugirió que llamara por teléfono el domingo siguiente (…)
(…) Cumplí con lo acordado y llamé. No podía decirle «papá», ni ninguna palabra por el estilo. Le pregunté qué le pasaba, porque me habían contado que estaba enfermo (…). Me contó que tenía que viajar a Buenos Aires para ver al Dr. Matera, que había estado internado, y que ahora estaba con internación domiciliaria. Que recibió mi carta y que se interesó por saber de mí. Yo quise saber cuántos hijos tenía. Así supe que había seis o siete hermanas, un hermano varón, pero de tres madres distintas. Él no hablaba bien porque tenía algo en la garganta. Pero alcanzó a preguntarme por mamá. (…)
(…)También hablamos de su familia, y quedamos en que nos encontraríamos. Aquella fue una conversación entre dos personas que querían saber una de la otra. Esa fue la única vez que hablamos. (…)
(…) Conversé del tema con mi psicóloga. Ella me ayudó a pensar. ¿Cómo había imaginado yo un encuentro con un padre al que no conocía? ¿Cómo sería ver a esta persona que ahora tenía su salud deteriorada? ¿Creía que me encontraría con un padre de película o de ensueños? (…)
(…) A los pocos días me llamó por teléfono Rafaela, una de sus hijas o sea una de mis hermanas. No sabía con quién estaba hablando. «Quiero que sepas que nosotros sabíamos que vos existías porque mi papá nos contó
siempre que tenía una hija en Villegas». ¡Yo existía! Sin saberlo, había existido para ellos durante todos esos años. (…)
(…) Pasaron veinte días entre la carta y mi decisión de viajar. Supe por su amigo y por Rafaela que él había empeorado desde mi llamada y que estaba nuevamente internado. Di las explicaciones de la situación en América y le pedí a mi amiga María Elena que me acompañara a Venado Tuerto con la condición de no hacer preguntas, ni contar nada. (…)
El 6 de agosto de 1989, María Elena y yo subimos al micro que nos llevaría hasta Venado Tuerto. En la estación nos esperaba Rafaela, con quien nunca nos habíamos visto. (…) Primero fuimos a tomar un café con leche y, luego, nos indicó en qué hotel alojarnos. Durante la conversación, nos contó la historia de su papá y, por sus palabras, había sido un tipo bravo.
(…mi padre biológico ) había tenido hijos con cuatro mujeres distintas por lo menos, entre las que se encontraba mi madre. Durante la tarde de ese mismo día, y después de descansar en el hotel, nos preparamos con María Elena y fuimos al hospital de Venado Tuerto. Como todo hospital de pueblo, entramos a una sala con cuatro camas con enfermos terminales, entre los que se encontraba él. Sabía que yo iría a verlo y, con las pocas fuerzas que le quedaban, se había ocupado de contárselo a todos y a cada uno de los que pasaban cerca.
Me senté al lado de su cama y él me iba presentando a cada persona que entraba, inclusive a sus hijos. «Ella es Liliana, mi hija ». Ya casi no podía hablar, la enfermedad que padecía lo había vencido: era cáncer de garganta. Otra vez la palabra cáncer se presentaba en mi vida. No recuerdo haberlo llamado «papá». Yo no sé cómo es o qué se siente pronunciar esa palabra.
(…) Antes de marcharnos, él dijo una frase que siempre repito y que recuerdo con claridad: «Ahora que te vi, ya me puedo morir». Murió cuando yo no estaba ahí (…)
(…) entendí en contra de mi creencia que era muy importante conocer nuestros orígenes y encontrarme reconstruyendo la historia de cada uno de mis hermanos biológicos. Todos habían tenido una relación muy difícil con él. (…) Parece que mi padre prefería tener hijos varones, pero de los ocho biológicos más una adoptada solo uno es varón, las demás somos mujeres y todas parecidas físicamente. Sobre todo me impresionó una de ellas, Gisella; cuando fui hasta su casa para comunicarles que él había muerto, su madre no podía creer nuestro parecido físico. Se ve que los genes del yugoslavo eran fuertes. También fueron fuertes las historias que mis hermanos contaban. Había sido una persona muy difícil y ellos que vivían todos en la misma ciudad compitieron y sufrieron por su falta de atención y cariño. (…)
(…) A Parodi le tuve que decir papá. Sin embargo, durante mi adolescencia, lo único que yo quería decirle a la gente era: «Ese señor no es mi papá». No creo que Parodi tenga la culpa de la pérdida de valor de la palabra «papá», era a mí a quien no le funcionaba aunque el tiempo me demostró que esa adopción decidida por mi madre y Parodi cuando se casaron hizo de mí una marca registrada, hoy soy Liliana Parodi gracias a esa generosa decisión.
(…) Conocí a mis nuevos hermanos cuando tenía 29 años y hoy mantengo con ellos una linda relación. Pude hacerlo desde mi lugar de adulta que eligió (como ellos también lo hicieron) tener una relación y quererlos, a ellos y a sus hijos, y descubrir juntos las cosas que tenemos en común (…)
CAPITULO / LAS GRANDES FIGURAS DE AMÉRICA
Como empecé en radio con Carrizo, Larrea y Fontana, siempre empleo esa vara para medir a las figuras. Hay figuras de todas las épocas de América, algunas ya venían acumulando trayectoria y carrera y otras comenzaron en el canal. Juan Carlos Pérez Loizeau, Enrique Llamas de Madariaga, Bernardo Neustadt, Mirtha Legrand, Mariano Grondona, Jorge Lanata, Mario Pergolini, entre otros. A lo largo de mis treinta años de trabajo he
desarrollado muy buenas relaciones con personajes tan disímiles como Sofovich y Lanata, conservando intacto siempre el gran respeto profesional por la trayectoria de ambos.
A pesar de que no tuve relación personal ni de amistad con ninguno de ellos, siempre el trabajo, el esfuerzo y el conocimiento son para mí fuente de respeto y afecto. Y suelo sentir más respeto por la dedicación que por el talento. Otras figuras que pasaron por el canal fueron Jorge Guinzburg, Andrés Percivale y también Carlos Montero, a quien tuve la posibilidad de conocer, un referente indiscutido de la televisión. Mi sensación es la de haber estado sentada en medio de un carrusel viendo a las distintas figuras girar alrededor de este canal mientras yo siempre permanecí. Casi todo el arco periodístico, de conductores y artístico ha pasado por América.
Todos los líderes de opinión pasan por América y conducen sus programas: Antonio Laje, Pamela David, Jorge Rial, Guillermo Andino, Mónica Gutiérrez, Santiago Del Moro, Alejandro Fantino, Luis Majul, Luis Navaresio, Mauro Viale, Luis Ventura… Tan solo con nombrarlos uno ya sabe cómo piensan, cómo actúan, cómo funcionan. Cada uno es en sí mismo una identidad reconocible y clara, una marca de calidad en lo suyo. Y si revuelvo aún más en mi memoria, me encuentro con Juan Alberto Badía o con Víctor Hugo Morales, todos y cada uno gente increíble.
EDUARDO EURNEKIAN: EL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS
Nunca imaginé la importancia que tendrían las palabras de mi psicóloga cuando, durante años (desde 1989), me insistió para que tomara nota de lo que iba sucediendo en mi vida laboral en América. (…) Hace ya
treinta años que conozco a Eduardo Eurnekian, alguien que realizó un enorme aporte desde todo punto de vista a mi crecimiento profesional y personal.
Cuando me convocaron, en enero de 1989, pensé: «A quién se le ocurre una radio solamente de noticias, sin música, solo con palabras y, para colmo, que esas palabras solo sean noticias». A quién sino a Eduardo Eurnekián. Y no solo se le ocurrió la idea, también cada uno de los detalles para llevarla a la práctica. De aquel pequeñísimo primer estudio, al que se ingresaba por la calle Bonpland, salía la programación de 24 horas de noticias: Salomone, Lufrano, Embón, Pipino, Rial, Betty Elizalde, entre otros.
Eduardo comandaba las reuniones de producción en las que yo no emitía opinión alguna; solo me limitaba a escuchar sin saber que estaba tomando lecciones. Recuerdo que en una de esas reuniones, Horacio Embón intentó convencer a Eduardo sobre los gustos del público: «Mire, Eduardo, el público quiere escuchar tal o cual cosa».Y Eduardo respondió: «Acá el público soy yo». (…)
(…) Yo había sido contratada para producir en la radio, aunque ya funcionaba allí mismo el noticiero del viejo Canal 6 de Cablevisión (CVN, con Lufrano y Salomone). Ese fue el inicio de un equipo de periodistas «multimedios», ya que nuestra mente funcionaba pensando en más de un medio a la vez (…)
(…Parodi refiriéndose a Eurnekián ) Detallista, obsesivo y perseverante, era capaz de llamar a la radio en cualquier momento, motivado por lo que estaba escuchando al aire, o de aparecerse a las 3 de la mañana. Si alguien pensó que un noticiero de cable y una radio de noticias serían suficientes para satisfacer a este incansable buscador de nuevos desafíos, se equivoca: solo fueron el inicio de esa enorme aventura que resultó ser Multimedios América. La historia del país pasaba por nuestros programas.
A comienzos de la década del noventa, se sumó el que tal vez es su medio de comunicación más importante, por lo menos el que mayor penetración masiva tuvo, y tiene: América TV, el viejo canal 2 de La Plata.
Los que trabajábamos en Radio América y Cablevisión Noticias fuimos incluidos en el nuevo proyecto. Un canal de aire, ¡el desafío era increíble! El director de teatro Jorge Hacker, Carlos Gaustein, Roberto Cenderelli, Carlos Montero, Alberto Ure y Alfredo Odorisio, entre otros, fueron los que dirigieron los destinos de la programación durante esos años.
En los primeros meses, Eduardo decidió transmitir nueve horas en vivo, en lo que creo fue la semilla de ese canal con la mayor cantidad de horas en vivo. «América en Vivo» fue el nombre del ciclo en el que se sucedían duetos de conductores como Víctor Hugo Morales y Cecilia Laratro, Mario Mactas y Luisa Delfino, Juan Alberto Badía y María Esther Sánchez, entre otros, con la producción de Marisa Badía en el control.
(…) Por ese entonces, fumar era una costumbre extendida en todas las redacciones del país, pero Eduardo, tal vez por su conocimiento de los medios en otros países del mundo o por decisión propia, prohibió fumar en las instalaciones de la empresa (…)
(…) Para el proyecto de América Televisión, Eduardo nos pidió ideas y más ideas, nuevas caras, así que teníamos que salir a buscar propuestas renovadoras. En una de esas búsquedas, le acerqué un video que habían traído dos jóvenes recién egresados del Iser: Juan Castro y Pato Galván. Fue el comienzo de Crema americana.
Estuvimos más de un año experimentando con la televisión, con algunos aciertos y muchos problemas, por lo que al cabo de un tiempo Eurnekian decidió convocar a Carlos Montero, un prócer de la televisión, para que con su extensa experiencia decidiera libremente los destinos del canal. De un plumazo, pasé de productora general a asistente del gerente de programación. No me gustó ni un poquito e inmediatamente logré que me dieran un programa a cargo. Así nació El periscopio, con Jorge Rial y Andrea Frigerio.
(…) Eduardo (Eurnekian) no podía con su genio y decidió crear CVN, «El primer canal de noticias del país». El periscopio me duró poco: Eduardo le pidió mi pase a Montero que, un poco molesto, me dejó ir a CVN. (…)
¡Qué maravilla fue hacer un canal con 24 horas de noticias! Eduardo (Eurnekian) le encargó a Eliseo Álvarez la dirección y a mí, la producción general. La selección y la forma de contar las noticias eran una obsesión para Eduardo.
El proyecto CVN fue exitoso, tal como lo demostraban las planillas de rating que un día le acerqué entusiasmada a Eduardo y a las que ni siquiera prestó atención. Mi momento de máximo esplendor llegó a finales de 1994, cuando el proyecto de cambiar América de Carlos Montero llegó a su fin y Eduardo decidió, a comienzos de 1995, que un pequeño grupo, entre los que estaban
César Carabelli, Sebastián Arias Duval, Guillermo Stein, Rubén Mandolfo y yo, haríamos el canal. En otras palabras: lo haría Eurnekian con nosotros ejecutando sus decisiones.
Me tocó asumir la gerencia de programación y producción. En ese año, programamos El periscopio, con Graciela Alfano, Cha cha cha, con Alfredo Casero, Las patas de la mentira, con Lalo Mir, entre otros ciclos. Debo destacar especialmente la llegada de Jorge Lanata con su Día D y la de Mario Pergolini con CQC.
Eduardo (Eurnekian) reflotó la idea de cruzar a dos periodistas con opiniones opuestas en un mismo programa de debate de ideas. De todos los convocados, finalmente seleccionaron a Eduardo Aliverti y a Carlos Varela, con quienes grabamos varios programas en el exterior (Chiapas, las favelas de Río, Cuba, entre otros). (…) Fue tan complicada la operación técnica en la isla que tuvimos que armar las partes grabadas como un rompecabezas. Resultado del trabajo: Eduardo me miró y me dijo, elevando su mano derecha hacia el techo: «Te tenía acá arriba», y bajándola hacia el piso continuó: «Ahora estás acá».
Allá por 1997, Eurnekian decidió sumar a la pantalla de América a Mauro Viale.Para mí, como para otros integrantes del equipo, esa decisión era un horror, y se lo dije. (…) su decisión era irreversible, así que Mauro Viale, con sus 20 puntos de rating y sin un segundo de publicidad (en aquellos tiempos era mal visto para las agencias ese tipo de programas), desembarcó en América. Fui la productora del canal que se ocupaba de sus programas, aprendí a conocerlo y a valorar su trabajo desde otro lugar.
¿Y cuando contrató a Maradona? Eurnekian fue el primero al que se le ocurrió un programa con Diego. Recuerdo los preparativos para armar El pelotazo, con ese Maradona inmanejable en uno de sus años más complicados. Se me ocurrió preguntarle a Eduardo qué haríamos si el protagonista no aparecía a la hora de la emisión. ¡Para qué! Se enojó mucho conmigo. Sin embargo, mi pregunta no había sido tan desacertada: mientras el «flaco» Menotti se paseaba fumando a la espera del 10, Maradona faltó a la cita. Ya ni me acuerdo qué pusimos al aire en lugar de El pelotazo.
En 1999, con casi diez años cerca de ese hombre distinto con el que jamás se podía entrar en la rutina, ganamos la licitación para la transmisión de la esta de los Martín Fierro. Eduardo y Alfredo Odorisio me pidieron que me ocupara de la transmisión. Nunca lo habíamos producido y allá fuimos, buscando datos de otros canales, videos y fotos anteriores, presupuestos, salones, menúes, conductores (Andino y Teté).
MIRTHA LEGRAND
(…) Sentarse a tomar el tecito con Mirtha o almorzar o cenar con ella es como internarte en un relato increíble acerca de los famosos y de los políticos. Ella lo sabe todo, y además siempre tiene a mano anécdotas de la vida, ideales para ser contadas en el tecito, aunque si tiene ganas es capaz de contarlas al aire.
Viví etapas duras con Mirtha, por ejemplo cuando regresó a la televisión en 2003 en la gestión de los Ávila. En ese momento, yo trabajaba con Juan Cruz. Carlos Ávila, el presidente del canal, insistía en que quería a Mirtha. Juan Cruz y yo no estábamos tan seguros, más bien estábamos en contra. Sin embargo, el mensaje de Daniel Vila, que por esos tiempos se sumaba al directorio de América, fue claro cuando apoyó a Carlos Ávila: «Al presidente le interesa Mirtha en el canal». Nos miramos con Juan Cruz y entendimos que había que ir a buscarla. (…)
Combinamos una reunión en su casa y le planteamos reducir el tiempo de la entrada de los invitados y que las mesas fueran definidas por la producción, según el criterio del canal. Nos pusimos de acuerdo, y el programa salió al aire con un equipo de producción del canal. Lo más difícil era armar las mesas para conseguir un mix de invitados que diera rating.
(…) Era durísimo que los productores consiguieran lo que el canal quería para tener éxito, y atender a los pedidos de Mirtha. Yo estaba al frente: ¿y qué me tocaba? Decir que sí y decir que no. Mirtha quería a un personaje que a nosotros no nos parecía, y la respuesta era no. Así sucedía una y otra vez. Es probable que a sus oídos llegara el mensaje «Liliana dijo que no». (…)
(…) De todas maneras podríamos escribir un libro completo con los almuerzos de Mirtha de aquel inolvidable año 2003. Pasaron por su mesa desde Susana y Tinelli hasta Mario Pergolini y sus compañeros de CQC además de todos y cada uno de los actores, actrices, conductores, periodistas y artistas exitosos del momento; aunque lo más importante fue que el programa se transformó en la tribuna política por excelencia de esa campaña electoral.
Los candidatos desfilaban con sus propuestas antes de las elecciones del 27 de abril: López Murphy, Rodríguez Saá, Elisa Carrió y hasta Leopoldo Moreau. Los dos candidatos más importantes también fueron de la partida. Carlos Menen fue antes del ballotage y prometió: «Minga me voy a bajar». Mientras Cecilia Bolocco salía al aire por teléfono disculpándose que por el bebé que estaba esperando (Máximo) su médico le había aconsejado reposo. (…)
(…) Poco menos de tres años más tarde volví a buscar a Mirtha. Fue cuando el productor José Núñez me sugirió a Mirtha para los fines de semana. Organizamos un encuentro en su casa y allá fuimos con Marta Buchanan, nuestra gerente general.
(…) Le ofrecimos los domingos al mediodía, porque de lunes a viernes era imposible ya que el Intrusos de Jorge Rial se emitía al mediodía, y en esos tiempos era uno de los tanques de la programación de América. Ella, que es una grande de verdad, no hizo ningún reclamo y respondió: «Ok, vamos los domingos al mediodía». La admiro por eso.
Empezamos a salir al aire los domingos al mediodía, luego siguieron los especiales algunos sábados. Propuse probar si funcionaba (…) Salimos al aire durante seis meses los sábados por la noche y los domingos al mediodía, hasta que Mirtha finalmente aceptó volver al Trece en marzo de 2014.
JORGE LANATA
Lanata pertenece a mi generación. En la época en que yo estudiaba periodismo teníamos un grupo de compañeros del curso que querían arrancar como meritorios. En ese momento Jorge hacia las investigaciones periodísticas en Sin anestesia un programa de Radio Belgrano cuya figura más importante era Eduardo Aliverti. Mis compañeros finalmente consiguieron ser meritorios en ese programa durante los fines de semanas. Yo, que en esa época ya era medio gorila (así nos decían a los que no militábamos en el peronismo, ni en los partidos de izquierda de aquel momento, los filo radicales o alfonsinistas del centro de estudiantes fuimos cariñosamente los gorilas), cuestioné que fueran meritorios de ese equipo de periodistas cuya línea editorial era de izquierda. (…)
(…) Tiempo después, Jorge generó el innovador Página/12 así que todos sus contemporáneos le ganamos respeto porque era un joven periodista haciendo algo grande. En 1995, mi primera vez como gerente de programación, Lanata llego a América con una idea para hacer un programa de televisión, su primer programa: Día D. Yo lo recibí. Trajo toda la idea completa, incluida la escenografía con la enorme letra D roja, que se apoyaba sobre el piso. Fue mi primera vez en contacto con este enorme y polémico periodista.
(…) A veces fue bravo compatibilizar ideas de producción con línea editorial, recuerdo una vez que un domingo a la noche Día D pondría al aire la declaración jurada del ministro Cavallo, por lo que recibimos llamados diciendo que esa información no era pública, por lo tanto no la podíamos difundir. Fue muy difícil tratar de convencer a Lanata de que aquello no se podía publicar. De hecho, caminábamos juntos con su productor por la calle Honduras discutiendo qué hacer con el tema. Por suerte, finalmente triunfó la libertad de prensa y el informe se publicó. (…)
(…) Durante los años 1996, 1997, 1999, 2000 y 2003 Día D estuvo en la pantalla de América. También llevó adelante los ciclos La luna y Detrás de las noticias. (…) Lanata es un transgresor, así que siempre tuvimos una relación de afecto, admiración y respeto mutuos. Es un tipo bravo, bravísimo. Como todas las figuras que se distinguen y siguen vigentes a pesar del paso del tiempo, las modas, las corrientes políticas o los contextos. Ninguna es mansa. Ninguna es fácil.
MARIO PERGOLINI
(Mario) Pergolini tuvo su primer La TV ataca en América y después pasó al Nueve. Pero, en 1995, cuando me dieron la gerencia por primera vez, Pergolini y (Diego) Guebel me trajeron el demo de El rayo. Cuando lo vi, pensé que se trataba de un programa de cable. (…)
Luego de aquello, nos reunimos con ellos y Eurnekián. Mario quería dejar la conducción y dedicarse a la producción, pero Eurnekian, haciendo gala de su mirada visionaria, le respondió que pondría El rayo al aire si el lunes siguiente a esa reunión le presentaba otro programa, pero conducido por él. (…)
Guebel y Pergolini se fueron con El rayo debajo del brazo y regresaron efectivamente el lunes siguiente con una nueva idea: «Vamos a hacer un noticiero en joda. Se va a llamar Caiga Quien Caiga», dijeron. Relataron a manera de borrador cuál sería el formato del programa. Eurnekián aceptó y rápidamente estuvieron los dos programas al aire: CQC y El rayo.
(…) No me animo a afirmarlo con certeza, pero he sentido que las figuras a las que el público considera más conservadoras, duras y jodidas resultan ser luego las más amables y respetuosas. En cambio, otros más «progres» son capaces de pasarte por arriba, no son tan respetuosos, y menosprecian el trabajo de una mujer en la dirección y siempre tratan de hablar con el dueño.
En el caso de Cuatro Cabezas, tenía una producción muy machista. He tenido muchas diferencias con ellos en cuanto a la forma de hacer las cosas. Ellos han tenido éxito, aunque alguna gente de ese grupo desprecia lo popular. Y eso a mí no me gusta.
Desprecio que se manifestaba en la elección del equipo de producción en el momento de seleccionar a los colaboradores y los temas que se iban a tocar. Y también por el producto final, en el que se hacía evidente que la intención era llegar solamente a un grupo social que consume productos más sofisticados. (…)
SANTIAGO DEL MORO
La primera vez que salió al aire en América fue en un programa que hacíamos con Carmen Barbieri al mediodía. Él era el columnista de la sección joven. Ese programa duró tres meses.
Durante el tiempo que estuve en el área de noticias, en el canal pusieron al aire Infama, un formato propio. Así que cuando retomé la gerencia, Santiago estaba al frente de ese programa. Se trata de una persona que conduce de tal manera que los temas no lo impregnan. Puede tocarle el personaje más bizarro, más polémico o más negativo, y a Santiago no lo toca. (…)
Del Moro es una bestia de la televisión, más que todas las figuras que he ido mencionando. Es un profesional que está pendiente de manera obsesiva de los ratings, los temas y los invitados.
Por ahora se entrega al armado que se hace desde producción, pero el día que tenga 50 años va a querer manejarlo todo él. Es un monstruo, diría el monstruo más joven y con más futuro en conducción de la televisión argentina.
La construcción diaria de Intratables fue artesanal desde el primer día. (…) Todo llevó siempre un gran trabajo en equipo. Tuvo muchos secretos el armado de Intratables, pero Santiago fue el gran alquimista, el sostén de ese show periodístico que logró captar la audiencia más diversa en el prime time de América. De hecho, nunca un programa periodístico diario logró semejante nivel de aceptación del público masivo. (…)
A Santiago lo caracteriza su enorme sentido común, el más difícil de los sentidos, sus dotes de conductor innato, su forma poco convencional de ser y pensar y aunque es algo transgresor es muy cercano al televidente.
(…) Como soy inflexible con todo, nunca evito decir lo que profesionalmente creo que no está bien y con Santiago no hice la excepción. Por esta y otras características de mi personalidad a la hora de exigir, Santiago me bautizó «Maléfica», como el personaje de Disney. Creo que Maléfica, Cruella de Vil o Monstruo ha servido a muchos en su crecimiento como conductores o productores de televisión (…).