Lo destacó Infobae, Carlos Alonso: pincel y corazón de un artista universal
El artista cuyo nombre identifica al Museo de Bellas Artes de General Villegas donde se encuentra la totalidad de los originales de su obra La Guerra al Malón, el vínculo de amistad con la familia Carrozzi, entre otros detalles, lo han convertido en un villeguense más, por ese motivo, además de su indiscutida trayectoria, hacen que todo lo relacionado con él no nos pase desapercibido.
“Lección de anatomía” (1970). Acrílico sobre tela, 210 x 200 cm (Foto: Magdalena Audap-
El arte puede terminar en cualquier lado. Adornando un precioso living alfombrado, en la pared de un museo antiquísimo y poco visitado, viralizado hasta la banalidad, apilado en un garage mugriento de algún familiar indiferente. Los destinos son infinitos, pero a veces el arte tiene un sentido, un objetivo, un quehacer. Para Carlos Alonso, «el mejor destino para la obra es que pueda servir para expresar los sucesos y lo que acontece en la vida social; la ilusión es que el arte enriquezca la vida de la gente». ¿Es posible trascender las barreras de lo protocolar y conmover en tiempos tan efímeros como los que corren? Este artista argentino de noventa años cree que sí. Lo ha expresado en cada entrevista que dio, pero también, y sobre todo, está claro en sus pinturas. Allí hay colores, hay técnica, pero también mucha sensibilidad social. Ese es su compromiso. Y lo ejerce desde el arte.
Gente. Mucha gente. Cuando se reabrió el Museo de Bellas Artes asistió mucha gente. Más allá de las modificaciones edilicias, las muestras ameritaban atención. Principalmente la retrospectiva dedicada a Alonso, uno de los artistas más importantes de la pintura argentina de la segunda mitad del siglo pasado. El título de la exposición es Carlos Alonso. Pintura y memoria y puede visitarse hasta el 14 de julio en el museo de la Avenida Libertador. Ahora, mientras recorremos esta gigantesca sala que se divide a su vez en varias, dialogamos con los curadores para ponerle palabras a esas imágenes tan potentes, tan concretas y a la vez tan simbólicas. «Esa una deuda que tenía el museo. Es uno de los grandes maestros», dice Pablo De Monte, curador, en diálogo con Infobae Cultura.
«Se hizo una muestra en los noventa —completa Florencia Galesio, también curadora, a su lado—, pero fue solo una serie. Faltaba una exposición que tuviera el carácter retrospectivo o antológico, que es un poco lo que tratamos de mostrar en este caso: un panorama bastante amplio dentro de la pintura, con corte del año 63 al 86″. Mientras tanto, recorremos la sala principal de este museo colmado de obras. ¿Las primeras impresiones? Varias. Por un lado, algunos retratos hacen pensar a Alonso como el Francis Bacon argentino. Esa es una posible definición. Sus pinturas gritan. El dolor es un elemento presente —hay sangre, vendas, carne, miseria y muerte—, pero no desde el morbo o la desesperación, sino más bien como un prisma necesario para entender este duro mundo en el que vivimos.
Si bien los curadores aseguran que no hay un recorrido único, empezar desde la izquierda resulta ideal. Lo primero es el cuadro Planta salvaje de 1989, donde una suerte de vegetación deforme contiene colores fuertes y una sensación de salvajismo. Podría ser el punto cero. Le siguen paisajes más cotidianos donde aparece el taller del pintor, frutas, más colores. Hay retratos de Vincent Van Gogh—una de las grandes inspiraciones de Alonso— con vendas en su oreja y de Lino Spilimbergo, con vendas en sus pies. Un pequeño cubículo que irrumpe en el recorrido. Allí, la etapa que Alonso pasó en Santiago del Estero. «En un momento deja el óleo porque dice que los tiempos del óleo no eran sus tiempos, y empieza a trabajar con el collage, que es la serie que está acá, la serie en blanco y negro. Allí experimenta las posibilidades del collage: pegar papel sobre papel e ir encontrando las figuras y las formas a medidas que superpone papeles y manchas de tinta», cuenta Galesio.
Pero, ¿quién es este pintor y por qué ocupa un lugar vital en el arte argentino? «La gente muy, muy joven tiene una idea aproximada de quién es Alonso —dice De Monte—, pero yo, que tengo más de cincuenta años y estudié arte en los años que volvió la democracia, te puedo decir que Alonso era el modelo a seguir. Todos queríamos dibujar como Alonso o ser Alonso. Era un artista comprometido, tenía todos los perfiles a los que uno puede aspirar. Es un gran dibujante y ese virtuosismo técnico, como alumno de arte, era el modelo a seguir». Nació en la ciudad mendocina de Tunuyán en 1929 y allí permaneció hasta los siete años, cuando su familia se trasladó a la capital provincial. No había herencia artística en su casa, mucho menos libros y bibliotecas, sin embargo una sensibilidad mayor lo marcó y a los catorce entró en la Academia Nacional de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Cuyo.
Su técnica adquirió vuelo cuando llegó a Europa y conoció de cerca la tradición occidental. No fue fácil, primero participó en concursos y salones locales. En 1953 llegó a Buenos Aires —todo un logro para un artista del interior—, a la Galería Viau, y logró conseguir el dinero para cruzar el Océano Atlántico. Expuso en París y Madrid y más tarde llegó a Londres, donde descubrió el acrílico, técnica que adoptó inmediatamente por su secado rápido y la fuerza de sus colores. En aquellos años tuvo dos grandes iluminaciones. Primero, Diego Velázquez. No tenía treinta cuando se topó con sus pinturas. «Ni aunque viva mil años voy a pintar así», pensó. Fue «un shock al revés», dijo al recordar el momento en una entrevista reciente. Pero después vino Vincent van Gogh, quien «dejó de pintar a la monarquía para pintar su propio zapato». «Esto sí lo puedo hacer», pensó. Conmovido, dos mundos se le aparecieron: la precisión estética y la cercanía emocional. En el medio Alonso se tiró a dormir un rato, a soñar y luego a pintar.
Volvió con todo. Expuso en varios lados. Pintó y creó y nunca paró. Su obra llegó a México, a Cuba, a Italia, incluso sus ilustraciones de Don Quijote de la Mancha —publicadas por la editorial Emecé para ilustrar la segunda parte de este clásico de la literatura hispana— se editaron en la Unión Soviética en 1963 bajo la forma de tarjetas postales, colección compartida con pintores de renombre mundial como Gustave Doré, Honoré Daumier y Pablo Picasso. Pero el quebranto fue la inhumana dictadura cívico-militar argentina de 1976. No sólo por la mordaza que recibió su inquietante obra, sino también porque perdió a su hija, Paloma Alonso, desaparecida por el terrorismo de Estado.
«Sufrió la censura en varias oportunidades —cuenta Florencia Galesio—. Una de ellas fue en el Palais de Glace, cuando exponía la muestra Panorama de las artes visuales II organizada por la Fundación Lorenzutti. Le censuraron las obras relacionadas con La lección de anatomía de Rembrandt. Junto con él, y en solidaridad a Alonso, se fueron varios artistas de esa muestra. Después de eso realizó la obra La censura, una respuesta a ese momento. Luego tuvo que exiliarse. Vivió en Italia, primero, y después en España. Una hija desapareció en la dictadura. Tiene un contexto vital bastante problemático vinculado con la realidad que vivía el país».
La muestra habla con franqueza y si por momentos se vuelve levemente críptica enseguida el espectador atrapa significados. La complejidad aparece en las formas, en su capacidad estética para contener varios elementos en una misma pieza, sin embargo los mensajes son directos y efectivos. La tristemente célebre foto de la muerte del Che Guevara se mezcla con el clásico cuadro de Rembrandt, por ejemplo. La miseria está presente en el cuerpo de niños con las panzas enormes y los cuerpecitos delgados. Además, en el centro, una instalación imponente. Se llama Manos anónimas y es una reconstrucción. Detrás de ella hay una historia. En 1976 iba a ser expuesta en este mismo museo pero fue censurada a último momento. Entonces todas estas partes —hay un militar, el busto de un prócer dado vuelta, las medias reses colgadas que se confunden con extremidades humanas— que permanecieron guardadas en la casa del artista hoy vuelven en esta reconstrucción.
«Son varias décadas de producción», dice Pablo De Monte, y continúa: «Él fue recorriendo todo lo que pasaba en la pintura. Lo central en esta muestra es la pintura, aunque tiene una faceta muy grande como ilustrador y como dibujante. La pintura para él es como el centro porque en los años sesenta muchos plantean la muerte de la pintura, que ya no tenía sentido seguir pintando. Eso lo proponía el Instituto Di Tella y dio lugar a un enfrentamiento entre los artistas pintores como Alonso y los del Di Tella, artistas más conceptualistas que rondaban el pop». «Para él eso fue una provocación que lo incitó a pintar más. Ahí aparece la figura de Spilimbergo como modelo en sus obras: el oficio del pintor», completa Galesio. «Sí, y cuando empezó todo este debate realizó cerca de cincuenta retratos de Spilimbergo», agrega De Monte.
Carlos Alonso. Pintura y memoria es una muestra que sin dudas atraviesa al espectador atento. Es muy difícil no sentirse interpelado por un artista con esta precisión estética y esta cercanía emocional, pero sobre todo por su sensibilidad social. «El texto argentino que atraviesa toda su pintura es El matadero, de Esteban Echeverría, con esta cosa de enfrentamiento de argentinos de dos facciones. En su producción aparece la carne, pero también esa violencia que está siempre latente en nuestra sociedad», comenta De Monte, y agrega: «También hay una metáfora de todas las miserias que ocurren en el mundo. Ahí su obra adquiere una dimensión más universal». Tal vez eso sea Alonso, y a partir de esta retrospectiva en el Bellas Artes quede demostrado para siempre: un imponente y sensible artista universal.
* Carlos Alonso. Pintura y memoria
Hasta el 14 de julio
Museo Nacional de Bellas Artes
Av. Del Libertador 1473 – CABA
Entrada: residentes en Argentina 100$, extranjeros $200