De interés general: Uno de cada dos jóvenes reorienta su carrera luego de ser voluntario
Según un informe de Techo, sentir que con su profesión pueden mejorar la realidad de los más vulnerables es para los estudiantes una experiencia transformadora.
Me cambió mucho la forma de ver el mundo. Una cosa es que te lo cuenten y otra es ver en primera persona la realidad de las familias que viven en villas y asentamientos, y tener la posibilidad de hacer algo para mejorarla», cuenta el ingeniero industrial Martín del Pino (26) sobre su primera experiencia construyendo una vivienda de emergencia como voluntario. «A partir de ese momento, decidí poner mi profesión al servicio de los más vulnerables», agrega.
Él no es el único que decidió darle un giro a su vocación. Según un reciente informe realizado por la organización Techo, uno de cada dos jóvenes que participaron de una experiencia de voluntariado reorientaron su carrera profesional hacia áreas vinculadas a diferentes problemáticas sociales. Desde abogados y arquitectos hasta comunicadores, todos comparten el deseo de entregar sus conocimientos a quienes más lo necesitan.
Para la investigación, fueron encuestadas 851 personas de 18 países de la región. Los especialistas en educación coincidieron en que los resultados indican una tendencia estable. Paola Delbosco, doctora en Filosofía y profesora del Instituto de Altos Estudios (IAE) de la Universidad Austral, asegura: «No hay nada más estimulante para una persona, sobre todo para un joven, que ver cómo su intervención en la realidad genera un cambio».
Por su parte, Beatriz Balian, socióloga y expresidenta de la Academia Nacional de Educación, destaca: «La motivación de mejorar su realidad y la de otros hace que los estudiantes o recién egresados busquen especializarse en temas o sectores específicos vinculados a la ayuda social».
Martín (agachado en el piso) junto a a otros voluntarios construyendo lo cimientos de una futura casa Crédito: Martín Del Pino
En esa línea, Laura Sánchez, directora del equipo de Techo a nivel internacional, explica: «Luego de realizar el voluntariado, a muchos jóvenes les surge la pregunta de cómo hacer que sus futuras decisiones contribuyan a construir una sociedad más justa».
Martín, quien vive en la ciudad de Buenos Aires, participó por primera vez en la construcción de una casa en 2012, para una familia con tres hijos del barrio San Marino en La Matanza, que no tenían dónde vivir. Desde ese momento, quedó ligado a Techo.
«Ver el impacto que generamos en la realidad de esa familia en un fin de semana fue muy emocionante. Me volví a mi casa con bronca, por la injusticia y desigualdad que había presenciado, pero con ganas de seguir ayudando y cambiando las cosas. Desde ahí no paré», recuerda el joven, y dice que el voluntariado lo ayudó a darle un «porqué» a una carrera que le resultaba muy «rígida».
Desde el año pasado, Martín lidera el equipo de investigación y desarrollo de la Fábrica Social, una unidad dentro de Techo en la que se elaboran los materiales para luego ensamblar las casas en los asentamientos. «Busco la manera de mejorar permanentemente las viviendas. Estoy trabajando de lo que me gusta y generando un impacto social a la vez», detalla.
Delbosco cree que hay un cambio cultural en la vida profesional de los jóvenes, del cual las instituciones educativas y las empresas no han tomado conciencia aún. «El joven ya no prioriza el concepto clásico de éxito laboral, como conseguir un puesto jerárquico y un sueldo alto en poco tiempo, sino que busca un trabajo que lo llene emocionalmente, que le permita cambiar el mundo y que le dé un sentido profundo a su profesión», reflexiona la doctora en Filosofía.
Techo ha tenido más de 150.000 voluntarios Crédito: Florencia Drucker
Un aprendizaje eficaz
Según el informe de Techo, seis de cada diez personas encuestadas afirmaron que, previamente a ser voluntarias, no habían estado en un asentamiento en situación de pobreza o exclusión. Martín admite: «En mi caso fue tal cual. Era un barrio que estaba solo a una hora de mi casa al que no había ido nunca. Fue ponerle cara a lo que antes eran números».
Sobre este punto, Delbosco desarrolla: «Evidentemente, no hay aprendizaje más eficaz que el contacto directo con los problemas del mundo. Los libros de teoría o las instituciones educativas no producen el mismo efecto que conocer la realidad. Cuando el joven ve una injusticia de frente, le es imposible quedarse indiferente».
Esta organización, con presencia en toda la región, actualmente trabaja en 111 asentamientos Crédito: Florencia Drucker
Desde que era adolescente, Daniela Zárate (30) hizo diferentes voluntariados que la llevaron a orientar su carrera como comunicadora hacia un costado más humanitario. En 2016, comenzó a ayudar en las mesas de trabajo en las que los vecinos de diferentes asentamientos se reúnen para ver cuáles son los problemas del barrio y evaluar sus posibles soluciones.
«Conversando y escuchando es como desmitificás muchas creencias que uno puede llegar a tener sobre las personas que viven en los barrios populares», opina Zárate, y agrega: «Casi todos son laburantes que trabajan 40 horas semanales como cualquier otra persona, pero no se les garantizan los mismos derechos».
Balian coincide con esa visión, identificando que la experiencia del voluntariado favorece la deconstrucción de estereotipos generalmente basados en el desconocimiento y prejuicio.
«Una vez que conocés las realidades e historias de esas personas, tenés la necesidad de hacer algo», concluye Zárate. (Fuente La Nación – Nota de Pedro Colcombet)