Un niño perdido (Escribe Gustavo Sosa, cura párroco de General Pinto)
Durante el tiempo que estuve viviendo en Guatemala, durante esa etapa maravillosa que Dios me regaló, para vivir en la misión de Escuintla, pude descubrir y revalorizar en mi vida muchos momentos de la religiosidad popular del pueblo guatemalteco, que me sirvieron para recuperar el sentido del encuentro con Dios, a través de pequeños gestos, bordados en la trama de la vida, como cuentas de un Rosario que se van desgranando para formar una oración elevada a Dios. Esos gestos del pueblo guatemalteco han grabado a fuego en mí ciertas cosas que Dios no permita que pierda jamás. Y una de ellas fue precisamente la devoción por las imágenes que este pueblo tiene. Las imágenes son para ellos un motivo muy fuerte de encuentro con Dios, y el fundamento de toda su religiosidad. Es por eso, que un momento importante en la vida de la comunidad y en la vida de cada hogar católico está marcado por el armado del pesebre navideño. Es impresionante ver como todos en la casa participan de este momento, poniendo en actitud de adoración al Niño Jesús, hasta los más inverosímiles animales y personajes… mucha fue mi risa cuando en un pesebre me encontré a una figura de un bombero arrodillado frente al Niño… pero luego comprendí el profundo sentido que para ellos tenía: no solo el pasado era transportado al presente por el armado del pesebre, sino que el presente se conjuga con el pasado, porque el nacimiento del Niño es hoy, se actualiza cada año, Jesús vuelve a nacer en cada Navidad…
Les cuento esto, para que puedan comprender la historia que voy a compartir, y que fue vivida por mí y por mi familia hace unos años…
Alrededor de toda la devoción del pueblo de Guatemala por las imágenes, se ha creado, desde los inicios mismos de la evangelización, una cadena impresionante de artesanos que han dado forma a innumerables imágenes talladas en madera, algunas de ellas verdaderas obras de arte. Y cuando comencé a tomar contacto con toda esta realidad, me dije a mi mismo: “yo quiero tener un pesebre tallado en madera, para llevar de regalo a mi familia cuando vaya a visitarlos…”
Así fue, como un día me fui al mercado de la ciudad de Antigua Guatemala, y recorriendo esas calles coloniales, fui mirando y sorprendiéndome con tantas obras de arte que se exponían… pero mi mirada se detenía en cada pesebre que había en los mercados… y entonces, ahí vi lo que estaba buscando: eran las imágenes perfectas… San José, la Virgen y el Niño… sin preguntar cuanto valían, le dije al tendero: “yo quiero ese pesebre…”. Y así salí, contento, feliz de haber comprado las imágenes del pesebre, pensando en la alegría de mi familia y amigos cuando las vieran. Yo estaba emocionado con este tesoro, de tal forma que lo empaqué muy bien, teniendo mucho cuidado de que no se golpearan con nada, para llevarlo conmigo en mi próxima visita a casa, imaginando el gusto de mi mamá, arreglándolo bajo el árbol navideño en nuestro comedor.
Cuando pude regresar a visitar mi familia, a un año de haberme ido, con todo cuidado venía en el avión de que nadie me golpeara “mi” pesebre… llegué a casa, saludé a todos y llegó el momento de sacar los regalos que traía… por supuesto que la “estrella” de los regalos era el pesebre. Entonces, con ansiedad, empecé a sacar las figuras del paquete: San José, la Virgen María, los vestidos típicos que me habían hecho las señoras de la parroquia de San Vicente Pacaya… pero ¡el Niño no estaba!
Evidentemente, distraído y apurado, más preocupado porque nada le pasara, me había olvidado de esta pieza tan delicada y pequeña. ¡Cuánta decepción sufrí! Imagínense ese momento: María y José, en la mesa del comedor de mi casa… una escena bellísima, ¡pero faltaba la figura indispensable que le diera toda su razón de ser!…
El recuerdo de este “nacimiento de un Niño perdido” siempre me ha servido de buena reflexión.
Por más artísticas y admirables que sean las figuras, por más placenteros que sean los momentos que vivimos en la celebración de la Navidad, sin el Niño todo pierde su sentido y está desprovisto de su mensaje fundamental. De hecho, la esencia de la Navidad es la Divina Figura de Jesús, que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14)
Por eso, hoy debemos preguntarnos si a lo mejor nuestra celebración de la Navidad pasa solamente por compartir una fiesta más… pasa como un momento más de compartir una mesa, de comer bien, de hacer mucho ruido con los petardos y bombas de colores, como queriendo darle luz a una noche que tiene luz propia, pero que nosotros hemos apagado con nuestra forma de vivir, con nuestra manera de comportarnos, con los criterios que opacan el resplandor de una estrella, que tuvo la virtud de guiar a los magos de Oriente, hacia el encuentro con Jesús.
Queridos amigos: ¡sin la presencia de Jesús en nuestra vida, nos encontramos en la obscuridad! Dice San Juan, en su evangelio: “la luz vino a los hombres y estos no la recibieron, porque prefirieron las tinieblas… Que no perdamos de vista el profundo sentido que esta Fiesta tiene. Que seamos plenamente conscientes de que no podemos celebrar la Navidad,
¡con un Niño perdido!
N d R: La fotografía de portada fue tomada en la basílica de la Anunciación, en Nazareth, Israel; la interior es el Pesebre de la Parroquia San Vicente Pacaya, Escuintla, Guatemala.
lindo mensaje e historia, gracias amigo y Padre Gustavo. Feliz Navidad. Ojala pronto podamos vernos, necesito una conversacion contigo.
En mi casa , además del árbol y sagrada Flia había una niña llamada Margarita que con su inocencia pudo ocupar la silla vacía y alegrar nuestro corazón.-
Feliz Navidad P. Gustavo.
Me comentó Diego (10 años ) en días pasados.
_ Oyes papá, yo no le encuentro chiste a los petardos, luces, bombitas,etc. Crees que DIOS es más feliz con todo esto ?
_ No, Dieguito. Es una forma de manifestar la gente su éstado de ánimo ; pero a Dios le interesa únicamente tu CORAZÓN, pues porque allí se encuentra todo.
La NAVIDAD es estar mas cerca de Jesús… que del mundo. saludos, abrazos fraternos. Paz y Bien !!!