El cuaderno de Nippur: el libro que una mamá le escribió a su hijo antes de morir
La autora es María Vázquez (Marie), la arquitecta de 43 años que se hizo conocida por hablar con desparpajo en Twitter del cáncer que padecía. Planeta acaba de editar el cuaderno que durante siete meses redactó y dibujó para su nene de tres años.
No tuvo ni que pensarlo: «Decile a Lou el de Caperucita». En el bosque de la tapa está la nena, el lobo, los chanchitos (que su Nippur ama), ositos, árboles y una casita de tejas amarillas. Ese cuaderno –condenado originalmente a no ver la luz por una supuesta falla en su confección– llegaba en taxi dos horas después al sanatorio en el que María había sido operada hacía un par de días de un cáncer que avanzó silenciosamente desde sus ovarios hasta hacer una metástasis que dibujaba en el horizonte un pronóstico negro. Justo en ese momento empezaron a llenarse de colores las páginas del libro que mamá Marie le escribe a su hijo de tres años para que la recuerde “si las cosas salen mal”.
«Creo que lo que la termina convirtiendo a María en una estrella es paradójicamente haber hecho nada. Se enfrenta a lo peor que se te pueda ocurrir, que no es solamente morirse, es morirse joven, sana y con un pibe de tres años. Ante esa situación lo que ella hace es nada respecto de su personalidad. Siguió haciendo las mismas cosas, pese a que tuvo que descartar un montón, desde salir, correr y otras mucho más duras como días en lo que no podía pasar ni un rato con el nene. Más allá de todo a lo que tuvo que renunciar, lo que pudo seguir haciendo lo hizo con las mismas ganas, la misma onda, el mismo humor, como si no le estuviera pasando nada. Y eso es lo que nos impresionó a todos». Incluso a él, que caminó a su lado los últimos 24 años. Mientras algunos no podían contener el llanto a su alrededor, ella les «regaló una fiesta de despedida». Las enfermeras y médicos la amaban. Cuando el final se acercaba irremediablamente, sus amigas fueron pasando una a una y les obsequió un deseo personal («sólo abría la boca para decir cosas alegres»).
-«Llegó el momento, lo leés.»
Sebastián había evitado abrir el cuaderno (“no quería hacer melodrama delante de ella”). Pero ante la orden no pudo negarse. Se sentó al lado de su mujer. «No, pará, todavía no puedo», le dijo. Fue al baño y volvió con una toalla de mano. «No, pará todavía no», insistió. Regresó con un toallón, que empapó de lágrimas.
El cuaderno salió del sanatorio y fue atesorado por una de las «soldadas» de Marie en una caja fuerte. Otra fue la encargada de escanearlo con inmenso cuidado y amor. El contenido llegó a la editorial, donde tras considerarlo «glorioso» se puso en marcha un trabajo prácticamente artesanal para reproducirlo tal cual y preservar al máximo el original, al punto que lo escanearon sin desarmarlo. Fue impreso en papel con acabado rústico, en cinco colores en lugar de cuatro, porque Marie inundó las páginas de un naranja flúo que era imposible lograr de otra manera. Además contiene dos inserts: un sobrecito con un poema en su interior y un desplegable, copias exactas de los que la autora pegó en las hojas. El diseño de la tapa es mérito de Sebastián, que en un rapto de iluminación recordó que su mujer amaba la Sylvaletra.
Es un libro que se publica por mérito propio, pero que no fue concebido con ese fin. Un libro sin género y sin colección. Es un libro escrito para un chico, pero no es un libro infantil. Un libro lleno de vida y colores escrito por una mamá joven que se prepara para la muerte, pero que sólo quiere legar felicidad. «Es un nuevo género: mina que se está muriendo con un hijo de tres años y va a volcar su alma en las páginas para que el nene sepa cómo era ella», improvisa Sebastián. «Yo creo que ella escribe el libro para que Nippur lo pueda leer toda la vida. Lo puede agarrar de chico y leer y entender algunas partes. Lo puede agarrar de adolescente , de joven o de viejo. Lo puede leer mil veces y cada vez va a encontrar otra cosa. Así lo escribió para Nippur y así creo que es para cualquier lector. Es un libro para cualquiera que entienda la situación por la que ella está pasando y lo que ella está tratando de hacer. Para todo aquel que pueda conectarse, emocionarse y tratar de aprender de una historia así. Es un libro para cualquiera, porque en definitiva de lo que habla es de la vida, de la muerte y del amor. Tres cosas más universales no puede haber«.
El desconcierto ante un libro sin género y sin colección llegó a algunas librerías, que lo ubicaron en la mesa de Autoyuda (“¡Marie lo llega a ver ahí y se nos muere de nuevo!” ). Un libro único para el único Nippur argentino, que debe su nombre al fanatismo de su papá (y a la complicidad de su mamá) por el personaje Nippur de Lagash, de Robin Wood, que escribió un texto concebido para prólogo pero que por su potencia terminó como contratapa del cuaderno-libro (“Coloco una flor en su recuerdo, e imagino a mi héroe recibiéndola en otro mundo de valientes y bendecidos”).
Marie (se pronuncia Marí) tenía 43 años, era arquitecta, dibujante y runner (y una «artista del carajo», tal como la define otra de las soldadas). «Nunca buscó la fama. A ella le divertía hacer un relato de las cosas que le iban pasando, de las cosas que hacía y de lo que sentía. Primero lo volcó en blogs, después en Revista Cotorra y Alerta Cotorra y luego en Twitter. Le encantaba divertirse y divertir a la gente, a los cercanos y a quienes la seguían en la red social. Incluso el libro busca eso: busca divertirlo al nene, enseñarle, aconsejarlo, transmitirle quién era ella para que la conozca de alguna manera. No es un libro solemne, serio», confía Sebastián.
Un enorme MAMÁ TE AMA abre el capítulo 1 del cuaderno/libro “que mamá Marie escribió para Nippur chiquito» que, le explica, es “un cuento de cómo era mamá cuando era chiquita. De las cosas que hacía y lo que le gustaba, de sus amigos (¡y enemigos!), de su familia, de su casa, su escuela, su barrio, su club. De sus comidas favoritas, sus mascotas. De Puck y Susy secretos del corazón y de la Guerra de las Galaxias”.
“Su ilusión de publicarlo no era por ella. No estaba pensando en trascender o en dejarle algo al mundo o a la sociedad. Por un lado le parecía divertido que algo que escribió ella terminara siendo publicado. Pero la principal razón, muchísimo más que esa, es el nene”, explica Sebastián. Es que, como él le decía al hablar del tema, “ya que va a ser huérfano, que sea huérfano de madre legendaria”.
-Che, boluda, somos ateos, no tenemos cielo. ¿Dónde carajo vas a estar vos? Estuve pensando que le voy a decir que estás en el corazón.
-Me encanta.
“Así que nuestra rutina diaria es, todas las mañanas me siento con él en la cama. Nos ponemos la mano en el corazón y decimos ‘buenos días mamá, te queremos mucho y nunca te vamos a olvidar’. Nos damos un abrazo, un beso y así empieza el día. Y lo último que hacemos a la noche antes de dormir es ponernos la mano en el corazón y decimos ‘buenas noches mamá, te queremos mucho, nunca te vamos a olvidar’, cuenta Sebastián mientras estrangula el envoltorio de un sobrecito de azúcar e intenta tragarse las lágrimas.
El nene con “pelito de Mick Jagger”, piel de porcelana, labios carnosos, ojitos chispeantes , sonrisa perenne y abrazador serial un día ideó “una máquina mágica para sacar a mamá del corazón y traerla de vuelta a casa”. Su papá le explicó que no existe máquina que pudiera hacer tal cosa. “Entonces ya sé, la vamos a extrañar mucho”. La inmensa sabiduría de un nene que el miércoles recién va a soplar cuatro velitas.
La última tarde que compartió con su mamá Nippur estaba fastidioso, corría de un lado para el otro, gritaba. Sebastián lo llevó a dar una vuelta manzana y vio que sus ojitos empezaban a cerrarse. En un par de zancadas estaba de vuelta en la habitación 104. Lo puso en brazos de Marie y en medio de un juego de caricias se entregaron al sueño. Durmieron abrazados una siesta de dos horas. “Esto era lo que yo quería”, agradeció ella al despertar.
El pibe todavía no tocó el cuaderno. “Mi idea es ir mostrándoselo (¡te lavás las manos!) de a poquito. Y cuando sea más grande le voy a dejar que lea algunas partes adelante mío. Hay partes del final que no las puede leer hasta que cumpla cierta edad. Y un día cuando sea lo suficientemente grande como para no perderlo, no romperlo, ni mancharlo, se lo voy a dar”, comenta Sebastián.
El 21 de abril no va a ser para ellos una fecha especial. Celebrarán todos los 8 de ese mes, día en que Marie nació. Festejarán la vida porque «lo importante de ella no es tanto cómo enfrentó la muerte. Si no que la manera en la que enfrentó la muerte te da la pauta de cómo encaraba la vida». Padre e hijo aprovecharán la ocasión para hacer alguna de las 10 cosas que ella les indicó que hicieran juntos: ir a pasear a La Boca, comer mejillones a la provenzal, leer el tomo I de Puck (bueno, esto capaz no), ir a Lanús a ver la panadería, armar un rompecabezas grande, viajar a Mar del Plata, aprender a nadar, charlar mucho, repintar la silla turquesa (de rojo), amasar un pan. “Yo voy a estar ahí, con ustedes”.
Porque, como escribe mamá Marie en el capítulo 52:
“Nada dura para siempre. Ni el helado. Ni las películas. Ni lo feo. Ni lo lindo. Ni las hojas de los árboles. Ni mamá. (Pero yo voy a estar en tu corazón. Hasta que vos tampoco dures para siempre pero estés en otros corazones y así nada muere nunca, algo sigue siempre”). (Fuente Clarin)
despertar y seguir.
excelente!!!
sola una madre puede dejar huellas en sus hijos