Florentino Horacio Villalba, conocido como El Polaco, tenía 70 años, ayer martes 26 de marzo falleció en el hospital de General Villegas.
Fue hasta sus últimos días el propietario del popular bar o boliche de barrio «New Florentino», como lo habían rebautizado algunos de los más inquietos clientes / amigos que concurrían al lugar ubicado en la esquina de Baiguera y Gregorio Sánchez, en el barrio Fonavi II, frente al acceso Centenario. Cuando el boliche fue mudado a esa dirección recibió, además de una nueva ambientación, la cartelería que destacaba esta denominación.
Con su inesperada muerte, la continuidad hoy es una incógnita,; con su partida quedan otros pocos lugares con la misma mística, por mencionar, El tarugo, el baro de calle Berutti y «Lo de Gonzalez», en la intersección de Paso y Zapiola.
Años atrás, el escritor Leandro Vesco, autor de La Oculta Buenos Aires, que visitó General Villegas había destacado en un escrito que plasmó en uno de sus libros la mística del bar New Florentino.
La nota comenzaba diciendo …
En esta imagen está la clave del lugar: Isoca entra con dos costeletas al boliche, se las deja en el mostrador al “Chofi” Ledesma, quien con profesional atención las sala y las ubica en la parrilla que está en el fogón que domina el salón. “Acá podés venir con tu comida y comerla, no hay problema, el Chofi la cocina a las brasas”, remata Florentino Horacio Villalba, conocido en este sub mundo de bohemia y delirio rural, como “El Polaco”, anfitrión y responsable de llevar adelante uno de los boliches más amables que se pueden conocer en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. “Nosotros tenemos que independizarnos de Argentina, hacer un país aparte, y olvidarnos de todos”, aconseja Osvaldo, vecino de Piedritas, de ascendencia griega y dueño de los únicos ojos claros del boliche.
El boliche del Polaco Villalba es un refugio para aquellos hombres que no encuentran un techo amigo en otros boliches. Es una gran familia que se separa del mundo algunas horas por día, para entregarse al delicado estado de la amistad sincera, de las sonrisas compartidas, de las tablas de picada, del pedazo de carne que se come entre todos. De esos cubitos que se van manoseando hasta acabar en los vasos que abonan la sospecha de que todo en el mundo está bien, a pesar de saber que esto es una mentira.
Queda en General Villegas, en una esquina en la periferia del pueblo, donde los perros ladran a todo lo que pasa. No entran mujeres, no porque esté prohibido, sino porque ninguna se ha animado. Hay cientos de cuadros colgados en el salón, glorias deportivas, pero también, ilustres fracasados del boxeo y el balompié. Catedral de las copas de frontera, ring side de anécdotas incomprobables, fábrica de apodos. Detrás del mostrador, el Polaco aprueba todo este nihilismo esperanzador limpiándolo con su repasador.
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