Para reflexionar luego del adiós a Joaquín: «… una tarea imprescindible que no es patrimonio de nadie, sino deber de todos»
La frase que da título a esta publicación, es el pasaje de una frase de las que describen los efectos que tienen en el ser humano algunas conductas tales como la falta de amor, que en tiempos como los que vivimos la humanidad se vuelven cada vez más comunes, con consecuencias, a veces irreversibles, incluso muy cerca nuestro.
Ante el pedido a una profesional, competente en estas «patologías sociales» que prefirió mantener en reserva su identidad, para que podamos entender y obrar en consecuencia, compartimos la siguiente conclusión, agradeciendo cualquier aporte que nos permita ser mejores cada día.
El objetivo detrás de noticias tan profundas y dolorosas como fue la muerte de un adolescente tiene por objeto, para nuestro medio, que no haya sido en vano su partida, especialmente teniendo en cuenta que en la sociedad se presenta esta problemática como una de las, cada vez, más frecuentes (entre adolescentes).
Somos seres vulnerables, esa es nuestra condición estructural, desde que nacemos necesitamos a un “otro” necesariamente humano, en la confianza de que se conmueva y nos calme, que nos preste su mirada atenta, compasivo y conocedor en sí mismo de la condición humana de fragilidad y de dependencia totalmente unilateral al origen de la vida.
Esa mirada atenta es condición imprescindible para, a lo largo del tiempo, hacer posible una vida con sentido y la superación de los permanentes avatares del vivir, que, es un vivir en compañía, es sabido que el ser humano es un ser gregario. Ese acompañamiento forma parte ineludible en la construcción del sujeto. Para que ello sea posible, es imprescindible acompañar el crecimiento de cada individuo, con cuidados adecuados. Se crea así un ambiente sostenedor: “la función principal del ambiente sostenedor es la reducción a un mínimo de las intrusiones a las que se debe reaccionar.
Para sentir al otro, conmoverse con sus carencias y prestarse al cuidado, hay que poder conectar, de algún modo, con esa experiencia de soledad, de dolor y de vacío que habita en cada ser y lo remueve. Es precisa también la experiencia de haber sido contenido, es decir, arropado, maternado, abrazado y mirado. Es imprescindible sentir al otro y, además, mostrarlo de modo que este lo perciba. ¿Cómo podríamos ser responsables ante el otro si hemos establecido una impermeabilidad, o una defensa absoluta contra el otro en el nivel de la constitución del sujeto?
Es desde el lugar de confianza y trato que puede establecer un vínculo, que se puede confiar en el otro, el profundo dolor de las diversas violencias, abandonos, desarraigos, abusos sufridos y silenciados, los pensamientos oscuros y las distintas soledades. Dar cuenta de estos padeceres, poder dialogar, implica restituir la condición humana, social.
Cuando la vida de un niño, de un joven, de un adulto, ha sido dañada por los diversos acontecimientos traumáticos, únicos o repetidos, y unidos a la desprotección y al desamparo, “queda comprometida su relación con el mundo”, muchas veces han faltado palabras para explicarlo y personas con quien hacerlo. Construir, desde cualquier lugar, esa posibilidad es una tarea imprescindible que no es patrimonio de nadie, sino deber de todos aquellos que acompañan en la infancia, en la adolescencia, en todos y cada uno de los espacios que conforman la red, es decir, la comunidad.
Se requiere presencia, coherencia entre palabras y actos, y una mirada atenta que capte los complejos avatares del mundo interno herido para que sea posible esa experiencia de ternura y miramiento que reconstruya lo dañado y recupere al sujeto. Y que le garantice que no le va a fallar. El efecto transformador de ese cumplimiento es enorme.
El ser frágil que no recibe amparo; el padre que, incapaz de contener su fragilidad, daña al hijo; los contextos empobrecidos donde gran parte de los esfuerzos de los sujetos están dirigidos a lograr la supervivencia sin disfrute forman parte de aquello de lo que nadie quiere saber: que tenemos una responsabilidad colectiva de lo que pasa al otro; que el esfuerzo por tapar la falta que somos es peor que asumirla, porque solo así evitamos la omnipotencia engañosa; que es imprescindible aceptar la condición de vulnerable y necesitado para crear una fraternidad creativa y el sentido y conciencia de lo humano; que la condición de seres que se reconocen en falta, vulnerables, nunca, nunca debe ser vergonzante sino aliciente para acercarse al otro y buscar y dar apoyo.