Hoy San José, patrono de General Pinto
Por ese motivo la comunidad permanecerá sin atención en aquellos ámbitos públicos, del mismo modo que la parroquia ha propuesto una serie de actividades, como cada año.
La vida de San José
José nació probablemente a Belén, su padre se llamó Jacob (Mateo 1,16) y parece que era el tercero de seis hermanos. La tradición nos transmite la figura del joven José como un muchacho de mucho talento y un temperamento humilde, dócil y devoto.
José era un carpintero que vivía en Nazaret. Según la tradición, cuando tenía alrededor de treinta años, fue convocado por los sacerdotes al templo, con otros solteros de la tribu de David, para tomar esposa. Los sacerdotes ofrecieron a cada uno de los pretendientes una rama y comunicaron que la Virgen María de Nazaret habría de casarse con aquel cuya rama desarrollase un brote. «Y saldrá una rama de la raíz de Jesse, y una flor saldrá de su raíz» (Is. 11,1). Sólo la rama de José floreció y de ese modo fue reconocido como novio destinado por el Señor a la Santa Virgen.
Maria, a la edad de 14 años, fue dada en esposa a José, sin embargo ella siguió viviendo en la casa de su familia de Nazaret de Galilea por un año, el tiempo requerido por los Hebreos entre el casamiento y la entrada en la casa del esposo. Fue precisamente en este lugar donde María recibió el anuncio del Ángel y aceptó: «He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.» (Lc. 1,38).
Ya que el Ángel le había avisado de que Isabel estaba embarazada (Lc. 1,39), pidió a José que la acompañara a casa de su prima en los últimos tres meses de embarazo de aquella. Tuvieron que realizar un largo viaje de 150 Km ya que Isabel residía en Ain Karim, Judea. María permaneció cerca de Isabel hasta el nacimiento de Juan Bautista.
A su regreso de Judea, María puso a su esposo frente a una maternidad que no podía explicar. Muy inquieto, José combatió contra la angustia de la sospecha y pensó hasta en dejarla y huir secretamente (Mt. 1,18) para no condenarla en público, pues era un esposo justo. Si María era considerada adúltera la ley sentenciaba que fuera lapidada junto con su hijo, fruto del pecado. (Lev. 20,10; Deut. 22,22-24).
José estaba a punto de actuar así cuando un Ángel le apareció en sueños para disipar sus temores: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque el hjo que espera es obra del Espíritu Santo» (Mt. 1,20). Todas sus turbaciones desaparecieron y José apresuró la ceremonia de fiesta de entrada de su esposa en su casa.
Un edicto de César Augusto ordenaba el censo de toda la tierra (Lc. 2,1). José y María partieron hacia la ciudad de origen de la dinastía, Belén. El viaje fue muy fatigoso por el estado de María, próximo a la maternidad.
Belén en aquellos días estaba lleno de extranjeros y José buscó en todas las posadas un lugar para su esposa, pero las esperanzas de hallar una buena acogida se frustraron. María dio a luz a su hijo en una gruta del campo de Belén (Lc. 2,7) y algunos pastores acudieron para visitarla y ayudarla (Lc. 2,16).
La ley de Moisés prescribía que la mujer, después del parto, fuera considerada impura y permaneciera 40 días segregada si había dado a luz un niño y 80 días si era una niña. Después tenía que presentarse al templo para purificarse legalmente y hacer un ofrecimiento, que para los pobres se limitaba a dos tórtolas o dos pichones. Si el niño era primogénito, él pertenecía a Dios, según la Ley. Al tiempo de la purificación fueron al Templo para ofrecer su primogénito al Señor. En el Templo encontraron al profeta Simeón que anunció a María: «una espada de dolor te atravesará el alma» (Lc. 2,35).
Llegaron los magos de oriente (Mt. 2,2) que buscaban al recién nacido, Rey de los Judíos. Teniendo conocimiento de esto, Herodes se preocupó mucho y trató por todos los medios saber dónde estaba para hacerlo desaparecer. Los Magos hallaron al niño, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos, dando un alivio a la Sagrada Familia.
Cuando ellos partieron, un Ángel del Señor se le apareció a José y lo exhortó a huir: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo» (Mt. 2,13).
José se levantó, aquella misma noche tomó al niño y a su madre y partió hacia Egipto (Mt. 2,14 ) para emprender un viaje de unos 500 Km. La mayor parte del camino fue por el desierto, invadido de serpientes y muy peligroso a causa de los bandidos. La Sagrada Familia tuvo que vivir la penosa experiencia de ser prófuga, lejos de su tierra, porque así se cumplía cuanto había dicho el Señor por medio del Profeta (Os XI,1): «Llamé de Egipto a mi hijo» (Mt. 2,13-15).
Inmediatamente después de la muerte de Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño» (Mt 2,19-20). José se levantó, tomó al niño y a su madre, y volvieron a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao gobernaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Conforme a un aviso que recibió en sueños, se dirigió a la provincia de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret. Así había de cumplirse lo que dijeron los profetas: «Lo llamarán «Nazareno»» (Mt.2,19-23).
Los miembros de la Sagrada Familia iban a Jerusalén cada año por la fiesta de Pascua. Cuando Jesús tenía 12 años hicieron lo mismo. Pasados los días de fiesta, emprendieron el camino del regreso creyendo que el pequeño estaba en la comitiva. Pero cuando se dieron cuenta de que no estaba con ellos, empezaron a buscarlo afanosamente y, después tres días, lo hallaron de nuevo en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo. Su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos» (Lucas 2,41-48).
Pasaron otros veinte años de trabajo y de sacrificio para José siempre cerca de su esposa, y murió poco antes de que su Hijo empezara la predicación. No vio la pasión de Jesús sobre el Gólgota probablemente porque no hubiera podido soportar el atroz dolor de la crucifixión de su Hijo tan amado.