Murió Atilio Bilesio, el lechero de General Villegas. Miguel Alegrí (*) destacó el legado de su vida en un escrito
Miguel Alegrí es integrante de la Comisión del Museo Histórico Regional, en nombre del cual realizó un escrito en homenaje a Atilio Bilesio, quien este domingo 5 de febrero de 2022 falleció.
Esta mañana una vez conocida la noticia Distrito Interior mantuvo contacto con el Profesor de Historia (jubilado) quien, estando en vida Don Bilesio, redactó unas líneas que hoy se encuentran en el Museo junto a imágenes que fueron donadas oportunamente por Raúl Méndez, las que junto a otros elementos culturales lo homenajean, contó. El escrito al que solamente le hemos modificado los tiempos, había visto la luz en el diario Actualidad.
General Villegas pierde a uno de los últimos personajes que permanecían vivos y capaces de revivir su historia, permitiendo reconstruir una ciudad que fue cambiando estéticamente, pero mantiene, justamente con la presencia de ellos, una parte importante de la mística que sigue viva en la memoria y en los documentos como éste.
«Se llamaba Atilio Raúl Oscar Bilesio, su madre fue Eusebia Andrade y su padre un chacarero, José Bilesio. Nació en la provincia de Buenos Aires, lo asentaron en la de Santa Fe y lo enrolaron en Bunge. Había nacido un 25 de noviembre de 1924, pero lo asentaron el 3 de diciembre. De joven trabajó en tareas rurales en diferentes campos y estancias, entre ellas El Ñandû. Su primer emprendimiento particular fue comprarle el reparto de leche al conocido lechero, don Fornero. Así comienza con la profesión que realizaría hasta su jubilación. Para el reparto compraba la leche a los tamberos vecinos del pueblo, en especial a la familia Trojaola. Su carro, que se fue adaptando con el paso del tiempo, tenía grandes ruedas con llantas de hierro que fueron cambiadas en su última etapa por ruedas de goma. Al principio, por el uso diario, debía enllantarlo seguido, concurría a la herrería La Unión de la familia Alegrí que se encontraba en la calle Alvear frente de las vías del ferrocarril, muy cerca de la curva. En aquel primitivo carro llevaba diez tarros de metal de cincuenta litros cada uno, acompañados de unos más pequeños para servir en las ollas que los esperaban. Su recorrido comenzaba muy temprano y lo hacía por todo el pueblo, lo ayudaban dos personas más. Tuvo alrededor de quinientos clientes y también en ciertos tramos del recorrido se sumaban otros, eran los pibes de los barrios que se subían al carro para acompañarlo, siendo una tradición esperarlo para el divertido paseo. Nunca sobraba leche, cuando ocurría lo dejaba en la Casa del Niño o en el Asilo de Ancianos.
Siempre recordaba en su juventud el servicio militar en el batallón de Granaderos a caballo y de su asistencia temporaria al Coronel J. D. Perón. Tenía dos hijas Mirta y Graciela. Desde pequeñas estuvieron pupilas en la escuela de Hermanas donde cursaron los estudios. Hasta el presente vivió en el mismo lugar donde se encontraba una quinta, exactamente en la calle Isturiz y De La Torre. Había nacido un día memorable, el día del encuentro boxístico entre Firpo y Dempsey y fue bautizado así, sus íntimos lo llaman Firpo, conocido con ese nombre por sus amistades en Piedritas y Cañada Seca, y aquí por Bilesio, decía sonriendo con picardía. En el recorrido histórico que relataba recordaba a muchas madres de los barrios que lo esperaban en la calle y, acercándose al carro, le pedían leche para las mamaderas, aquellas madres que no la podían comprar y que Firpo le dejaba para varias mamaderas. Firpo tenía 97 años, conservaba una prodigiosa memoria y tenía en su poder un archivo histórico de su vida impecablemente ordenado. Fue un placer escuchar a Firpo relatando acontecimientos políticos, como cuando fue granadero y otras historias que nacen en el reparto de su recorrido cosechando amigos; pero es enternecedor cuando recuerda los paseos y ocurrencias de los niños del pueblo cuando se subían a su carro.
Esta es la historia de un lechero del pueblo, esta es la historia de un hombre que con su profesión puso un grano de arena para hacer una montaña de su lugar, un ciudadano que no debe caer en el anonimato, se debe rescatar su magnifica obra e introducirla para que perdure en la historia de nuestro pueblo.»
Aunque no tenia tambo , le compraba a los tamberos propios , lo conoci y lo vi repartiendo leche , era una demostracion de un trabajo cumplidor como se debe , es algo que hoy se extraña , dentro de tanto regalo y populismo eleccionario , que barre y barrio , el buscar , el que hacer diario para llevar comida a su casa.