El libro aparece hoy como una opción, aunque clásica, moderna y siempre original para regalar
La idea de esta publicación surge a partir de la avanzada sobre los libros ya sea para consumo propio o para terceros; quizá la pandemia y algunas de sus consecuencias, entre ellas el encierro, han inspirado para buscar una manera de «volar» o, más interesante aún, la inevitable cercanía que produjo en muchos integrantes de las familias entre sí, permitió que se descubrieran los unos a los otros y en ese hallazgo, surgió la necesidad de un regala personalizado como lo es sin duda el libro. Por un lado es el regalo en sí, por el otro, la oportunidad de demostrarle al otro cuanto lo conocemos, queremos con el solo hecho de acertar con el presente que es materia y espíritu al mismo tiempo.
Cristina y Lorena, son los nombres detrás del escritorio de Librería Biblos en la que este año especialmente, para efemérides importantes como lo es el Día de la Madre, junto a diferentes editoriales se encuentran disponibles interesantes promociones para acceder fácilmente a un libro, o más.
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Hay un espacio en la web en la que se explica como funcionan las cosas y allí precisamente se da respuesta a cómo funciona regalar un libro, convirtiendo al artículo en un guía para entender aún más la importancia que tiene hacerse presente, honrar, expresar un sentimiento o simplemente agradecer a traves de un libro convertido en regalo.
Hay algo de paradojicidad en hacer regalos. Toda esa presión por honrar y, al mismo tiempo, reflejar la cercanía que tenemos con alguien en un objeto que se pueda envolver, decorar con un moño y entregar. Como si de un momento a otro la relación fuera sometida a una feroz prueba de fuego, sintetizada en el cambio de manos de un regalo. No sólo es un ejercicio práctico, es también todo un suceso psicológico. Regalar nos hace felices, y nos llena de ansiedad, pero también nos pone de frente al gran dilema existencial: qué regalar.
Es difícil imaginar un regalo más poderoso que un libro. Como dice Gaiman, si un libro es un mundo, cuesta concebir un regalo más inmenso. Los libros, resulta ser, no sólo fueron los primeros regalos de Navidad producidos comercialmente, sino que fueron esenciales a que esta se convirtiera en la fiesta de consumo que hoy conocemos. En Battle for Christmas (1988), Stephen Nissenbaum cuenta que en los albores del gran negocio de las fiestas navideñas, los libros representaban más de la mitad de los regalos que se publicitaban. A principio del Siglo XIX, cuando la Navidad todavía era considerada principalmente una fiesta religiosa y no una fiesta para las cajas registradoras de los comerciantes, la idea de regalar algo que no estuviera hecho a mano era impensable. Fueron los editores quienes ayudaron a instalar al regalo producido en serie como una opción viable, inventando el género de los “Gift Books” especialmente diseñados para ser entregados a nuestros seres queridos. Para disfrazar su caracter no artesanal, estos incluían una “placa de presentación” que permitía personalizar la dedicatoria en la primera página.
No es casual que el origen de la tradición comercial navideña esté tan fuertemente vinculada con la industria editorial. Los libros son pequeños, livianos, relativamente baratos, pero también únicos y potencialmente elegibles de acuerdo a la preferencia de quien recibe nuestro regalo. Esta combinación de uniformidad y flexibilidad, dice Michael Bourne, es lo que hace a los libros el regalo perfecto desde un punto de vista comercial. Pero también lo son por el modo en que resuelven la ansiógena, compleja y frustrante pero exquisita aritmética detrás del intercambio de regalos exitoso.
Un buen regalo no necesariamente es aquel que la otra persona desea, sino que es aquel que simboliza el vínculo que une a quien da con quien recibe. Cuánto más importante nos sea el vínculo, mayor será la motivación por dar en el blanco. Pero a veces la precaución ante el peligro de fallar es tal que nuestro regalo es la elección misma. Este meta-regalo, muchas veces articulado a través de las tarjetas de regalo, relega el problema de la elección en quien recibe.
Pero tanto las tarjetas de regalo como el vil metal tienen cierto tufillo impersonal: “no me detuve ni un momento a pensar en vos, tomá, acá tenés, comprate algo que te guste”. Curiosamente, tendemos a sobrestimar el valor de los regalos personalizados frente al dinero o incluso frente a un pedido explícito. Varios estudios muestran que asumimos que por haber elegido un regalo nosotros será mejor recibido que si hacemos caso y regalamos exactamente lo que nos piden. Del otro lado, sin embargo, hubieran preferido que hiciéramos caso.
Tendemos a sobrestimar nuestra capacidad para predecir la reacción que los demás tendrán ante nuestras acciones, así como tendemos a sobrestimar lo transparentes que nuestras intenciones y estados internos son para los demás. Quienes reciben tienden a apreciar más aquellos regalos que surgen de una lista predefinida, pero quienes regalan tienden a creer que da igual respetarla o no. Paradójicamente, quienes regalan tienden a pensar que no respetar la lista será considerado más atento y considerado, cuando en realidad el respetarla suele transmitir aún mayor aprecio y respeto. Si digo que de regalo quiero cualquier cosa de Batman, no lo digo en chiste. Con Batman no se jode.
Otro resultado curioso es que elegimos regalos para más de un apersona tendemos a exagerar su individualidad, incluso cuando regalándole lo mismo a varias personas sin posibilidad de que se enteren entre sí todas ellas disfrutarían más de lo que recibieron. Una posible solución es enfocarnos realmente en las preferencias de cada persona, incluso en desmedro de su individualidad, en pos de darle un mejor regalo.
Tampoco es bueno obsesionar con cómo es la otra persona. Son mejores aquellos regalos que hacemos pensando tanto en nosotros como en el otro. Si, como yo, alguna vez pensaste que la razón de tu vida era hacer mixtapes sabés exactamente de lo que hablo. Regalar es también dar un poquito de nosotros, incluso cuando el regalo no cuadre del todo con los gustos o necesidades de quien lo recibe. Peor es arriesgarse con algo que creemos calza perfectamente con la otra persona y fallar miserablemente. Los peores regalos son aquellos que no sólo son inútiles, sino que gritan a viva voz que no conocemos al otro en absoluto.
En Islandia — donde por momentos parece que entendieron todo lo que hay que entender – todos los años sucede la Jólabókaflóð o “inundación de libros por Navidad”. Durante este período de dos o tres meses previos a Navidad se publica la mayoría de los títulos islandeses. Cada 24 a la noche, se regalan libros y luego se pasan la noche leyendo. La tradición surgió en la posguerra, cuando el papel era de los pocos insumos no racionados y los libros pasaron a ser el regalo perfecto. Incluso cuando podría hacerse cualquier otro regalo, la lectura se volvió una marca identitaria tan fuerte que la tradición se mantiene.
Cuando en 1977 Margaret Mead entrevistó Papá Noel aprovechó para preguntarle por su árbol genealógico, cómo hacía para cubrir tantos lugares en una sola noche, y qué onda con sus renos. Finalmente, cayó en la cuenta de que la entrevista había sido un sueño, pero que la tradición de regalar — sea a través del relato de Papa Noel o no — era digna de rescatarse. Dar un regalo no es más que el alegre ritual de generar libremente símbolos del afecto que sentimos por alguien más. Regalar, concluye Mead, es una forma de dar gracias. Y un libro, con todo lo que implica, quizá sea el mejor regalo.