Una pintense de exportación descubierta en Bs. As. por un joven que la hizo recordar su pasado en la ciudad
Elsa Ambrosio, tiene actualmente 96 años, Dante Mesa, 19; el joven escritor. Ella pasó gran parte de su infancia en Gral. Pinto, él vive en Villa Devoto.
Al adolescente contó a Distrito Interior que buscaba información para un guión que estaba escribiendo, el que se desarrolla en Buenos Aires en los años 20’, y el testimonio de su entrevistada le serviría.
Sin embargo, lo que más me motivó a entrevistarla y a querer que esto llegue a su pueblo, fue el momento que Elsa estaba y está pasando debido a la pandemia. Me angustia mucho verla sola y triste, creyendo que “sus últimos días” van a ser así, encerrada, sin poder ver a sus hijos porque viven lejos, y alejada de muchos de sus amigos, expresó Mesa.
Siempre supe que ella tuvo una vida muy activa hasta muy poco de comenzada la pandemia, y quise hacerle recordar que todos esos momentos tienen que ser más fuertes que este mal rato, para que pueda volver a ver a sus seres queridos una vez más, y esta vez, llevando su increíble historia de vida bajo el brazo, que ha llegado y espero siga llegando a mucha gente.
De este modo el autor del reportaje que publicamos textual a continuación, nos pone de cara a la realidad por la que muchos adultos mayores, solos en tantos casos, atraviesan como consecuencia de la pandemia que los ubica en la primera línea de riesgo junto a personas que padecen otras afecciones de base.
Recibir estas inquietudes, no solamente nos halagan por la llegada de nuestro medio, sino porque claramente internet eliminó las barreras, fronteras o límites que podemos creer que existen; bien empleada, esta herramienta tecnológica de los nuevos tiempos acorta distancias y hasta (virtualmente) nos hace viajar a través del tiempo y crea esperanza para quienes creen no tenerla.
Pero lo más importante, nada ni nadie reemplazará jamás la importancia del vínculo entre humanos y la existencia de éstos, aunque aparezcan productos cada vez más parecidos.
Esta nota transportada y esparcida por la virtualidad no hubiera sido posible sin su origen de dos humanos, generacionalmente tan lejanos y cercanos a la vez, dispuestos a hablar cara a cara.
El casamiento de los padres de Elsa en 1923
Elsa a sus 6 meses de vida en Gral. Pinto 1924
Cuarto grado, Escuela N°2 «Domingo Faustino Sarmiento», Gral Pinto 1936 (comenzó la primaria a los 8 años)
El reportaje – nota a Elsa
Son las cinco en punto. En mi mano tengo facturas y masitas de El Cóndor, y un barbijo tapa mi boca. Hoy me tocó salir, otra vez, para asistir a Elsa Ambrosio, una mujer de 96 años que vive cerca de mi casa. Sin embargo, esta vez será distinta a las anteriores. En los últimos días, me di cuenta que ella tiene algo muy valioso, que escasea en estos tiempos, y que debo aprovechar: su experiencia de vida.
Es por eso que voy a entrevistarla, a entender un poco más quién es.
Elsa es una guerrera con todas las letras. Su espíritu y su inteligencia no flaquean ni un segundo, aún a su edad. Ha vivido de todo. Y es que todo eso se refleja en su departamento, ubicado en el barrio de Villa Devoto, lleno de fotos y recuerdos de tiempos que, seguramente ni usted ni yo, alcanzamos a imaginar.
Sin embargo, una de sus fotos parece ser más reciente: se la ve a Elsa junto a sus hijos, muy sonrientes, con un globo a sus espaldas que dicta “95”. Así es. Hace un año atrás, sin confinamiento y sin barbijo, Elsa gozaba de su vida plenamente, y se daba el gusto de festejar su cumpleaños de la mano de todos sus seres queridos, con una gran fiesta.
Hoy, la realidad es un poco diferente, pero a pesar de lo que Elsa cree, yo pienso que esta pandemia, para ella, va a ser una anécdota más.
Luego de intercambiarnos algunos análisis para llevarle a sus médicos, y de que, disimulando su alegría, me diga que no era necesario traer masitas, empezamos a hablar.
Al principio, Elsa no sabía por dónde empezar, pero luego se sintió mucho más cómoda. Empezó por lo básico, podríamos decir. Me contó que nació en 1924, y que por lo tanto, si hacemos las cuentas, tiene 96 años. Nació en Gral. Pinto, un pueblito situado en la Provincia de Buenos Aires. Sus padres eran argentinos, pero su abuelo italiano. Claramente lo notamos en su apellido, el cual, antes de pasar por la Aduana argentina, era “Ambroggio”.
Su familia era numerosa. Ella era la mayor de siete hermanos. Seis mujeres y un varón. Su padre vivía de los campos. Estos eran su principal fuente de ingreso. Tenía alfalfa, trigo, vacas.
“Mucho… mucho campo…” dice ella, casi remitiéndose con sus palabras y su tono de voz a un estilo romanticista de la eternidad.
Ella se vino a vivir a la ciudad de grande. Así que pasó gran parte de su infancia yendo y viniendo de Gral. Pinto junto con su hermana, para poder estudiar. Lo cual, aunque no lo parezca, era un privilegio que, en esa época, muy pocas mujeres podían gozar.
– Hice el primario en Gral. Pinto y parte del secundario en la ciudad de Lincoln. – me cuenta – era un pueblo más importante y con mejor educación. Igual, cuando íbamos, teníamos que vivir en una pensión. Porque no había donde quedarse. Así que dormíamos ahí de lunes a viernes. Los sábados volvíamos al campo y el domingo a la noche ya estábamos de vuelta. Era una escuela de monjas. Religiosa, todas mujeres.
Ni bien termina de decir esto, a Elsa la interrumpe la tos. Es bastante alérgica, y yo también, así que siempre tengo mis pañuelitos a mano. Le alcanzo algunos y seguimos hablando. No sé si será por el tiempo que toman estas interrupciones, pero son muy provechosas para que salgan nuevos temas.
– Mis padres se casaron muy jóvenes. Mi mamá tenía 16. Vivía uno en frente de la casa del otro. Mucho tiempo después, se fueron a vivir juntos a La Paternal.
Cuando Elsa nombra a este barrio, tan cercano al nuestro, siento mucha curiosidad por saber cómo es. Ya tengo claro que era muy distinto, pero esa diferencia podía tener muchas formas. Así que pregunto.
– ¿Cómo era en ese momento La Paternal? ¿Nada que ver con ahora no? Todo campo…
– Todo barro… no era tanto campo sino, la lluvia, no había veredas, no había nada. Mi pueblo era más lindo.
Su pueblo era más lindo… la cálidez en sus palabras me hace entender que la cosa va por acá. Su pueblo, su niñez, eran más lindos.
– Había más vida. Íbamos a bailes, a romerías. Había italianas y españolas. Íbamos con nuestros padres. Dábamos una vuelta, tocaba la banda, bailaban… Todo en piso de tierra y era muy bonito. Flores, todo adornado. Se tomaba la cerveza, se tomaba el vino y se comía muy bien. Ahí se hacían los amoríos, se ponían de novios… Yo en el año 30, que tenía 6 años, tenía que insistirle a mis papás para que me dejaran ir porque si no, no me llevaban.
También estaba el carnaval. Muy lindo, con carrozas y todo. Se ponían mesas, la calle principal se cerraba y pasaban las carrozas. Muy lindas. No sé bien como hacían, pero las decoraban bien. Iban en sulky, autos o carros, muy elegantemente empapelados.
Se hacían trajes largos, vestidos de fiesta, disfraces y antifaces. Todos llevaban antifaz. Y eran muy lindos disfraces los de los jóvenes. Iba toda la gente, llegaba el tren, el Ferrocarril Oeste.
También se festejaban domas de potro… Había carreras de caballo con premios, medallas.
Después para nosotros, los chicos, un 25 de mayo o un 9 de julio, nos daban chocolates. Nosotros… ¡la alegría! Hacíamos todos fila, íbamos pasando y ellos con la bandeja nos iban sirviendo.
A Elsa la invade un aura de cariño al hablar de su pueblo, y se la empieza a notar cada vez más entusiasmada con lo que va contando. Podía notar en sus ojos como, en su mente, una pequeña película estaba empezando.
Una película en la que (todavía) no existen las pandemias ni la cuarentena.
– Una vez vino un avión, yo tenía 12 años. – me dice Elsa, con una mirada que ve recuerdos – a mi papá le habían pedido permiso para que aterrice el avión en su campo. Entonces, por el favor, primero lo llevaron a mi papá a dar una vuelta y después a mí. ¡Qué revuelo se armó! La hija de Ambrosio había viajado en avión. Increíble, ni acá (en la ciudad) existía esa posibilidad. Era como una avioneta. Esa que el piloto iba a atrás tuyo. Me acuerdo que me decía: “¿Te mareás? Mirá para abajo, mirá tu campo.” Imagínate que fue todo un acontecimiento.
El rato va pasando. A Elsa la llaman por teléfono. Sus hijos, sus nietos. Lamenta no poder hablar con ellos en este momento, pero está ocupada hablando conmigo, dice orgullosa.
Yo, intrigado, decido preguntarle sobre qué fue de su vida una vez que llegó a la ciudad. Me imagino que habrá cambiado mucho.
– Cambió, cambió. Ya no iba a ningún lado ni jugaba con nadie. – dice, un poco apesadumbrada – Era más aburrido. Por la Av. San Martín y Nicasio Oroño pasaba la “bañadera”, que era una especie de ómnibus largo descapotable que te llevaba a ver la ciudad. Ese era nuestro entretenimiento… Nos llevaban con los caballos. Cuando nosotros estábamos en casa y pasaba por Nicasio Oroño, si nos portábamos mal nos sentaban en el balcón a contar cuantas bañaderas pasaban.
– Que triste Buenos Aires… – pienso. Y que cambio radical. La masividad, y el hecho de que en esta ciudad se juntaba gente proveniente de todos lados, parece que la hizo una ciudad muy fría.
Elsa, sin embargo, sigue contándome un poco sobre su escolaridad. Poco a poco, los temas ya no tienen tanta relación entre sí. Es que Elsa está recapitulando su vida, vaya uno a saber de qué hablaríamos al estar en su lugar.
– Cuando yo era chica y estaba en cuarto, quinto grado, – me dice – estudiábamos mucho. Ya sabíamos que existía la Alhambra, en España. Entonces nos hacían dibujarla. Y yo pensaba “¡Qué cosa hermosa!” pero para el dibujo no servía. Sufría tanto… Entonces mi mamá me ayudaba: ella se ponía, lo dibujaba, y yo lo llevaba. ¡En el colegio me felicitaban! Yo siempre decía “¡Señorita, no lo terminé!” así me dejaban llevármelo a casa para que mamá lo terminara. Yo era muy mala dibujando…
Ya sabían que existía La Alhambra. Parece que hasta tenían fotos. Al parecer, las cosas de afuera, como las noticias, llegaban, pero quizás más tarde. Pregunto. Empezamos a hablar del tema. Sin embargo, Elsa dispara para las noticias locales. Las cuales, en esos tiempos, no eran menores.
– En el año 1930, cuando fue la Revolución, que lo sacaron a Irigoyen, se comentaban todas las barbaridades que hicieron los conservadores contra los radicales. Que les hacían la deposición en la cabeza… Fue una masacre, fue terrible.
Como es sabido, conservadores y radicales vivían en gran disputa. Elsa me empieza a contar un poco del tema.
– Yo me acuerdo que una vez me dijeron que iba a venir Fresco (gobernador conservador Prov. Bs. As.) a mi pueblo. Entonces, yo, chiquita, me eligieron para que lleve la bandera en el desfile. Y mi papá era radical, y me decía: “Vos no vas a ir, yo no te voy a dejar ir” y yo lloraba, y lloraba… Y cuando llegó el tren (que para que llegara un tren hasta ahí era bastante), yo estaba vestidita, toda preparada, y era abanderada… y no fui. Al otro día me llevaron a la dirección. Todas las directoras: “Que le pasó, Ambrosio? ¿Qué le pasó? ¿Por qué no vino?”… Y siempre se sabía quién era radical y quien era conservador. Socialistas casi no había. Yo nunca dije que mi papá no me dejó.
– Era mejor no decirlo.
– Así es. Entonces me quedaba callada, y lloraba y lloraba y daba lástima. Pero la directora, ¿Cómo no iba a saber que mi papá era radical? Se daría cuenta. Y bueno…
Después hubo otra vez… (risas) Era el 25 de mayo. Y yo bien tana, no tenía vergüenza, entonces me elegían siempre a mí para que leyera los versos. Y el intendente era conservador… me agarró a los besos. Entonces mi papá, lo primero que hizo cuando me vió: “Vamos al baño”, y me llevó y me hizo lavar la cara bien, bien. (risas). Los domingos, cuando los hombres se juntaban a jugar al truco, a la generala o la lotería, (mi papá siempre iba perfumado) los muchachos lo cachaban y le decían “Tu hija con el intendente, tu hija…”.
Como en una narración de su vida, Elsa toma rienda suelta y empieza a recordar año por año.
– Luego empezaron a llegar los italianos, los franceses, los turcos. – me dice con un tono dulce – Todos llegaban y se hacían su casa. Al principio venían con una mano atrás y otra adelante. Después se compraban un terreno y se edificaban la casa. Trabajaban mucho… Y los pobres, pobres eran los peones. ¡Ah, te cuento! Cuando llegó Perón, y mi papá se enteró que yo era peronista se puso como loco. Pero en realidad, yo fui peronista porque me daba mucha pena ver como dormían los peones. Dormían en bolsas, bolsas de trigo, y a mí me daba tanta lástima… Entonces con Perón; mi papá, los gringos y los tanos se pusieron furiosos, porque tenían que empezar a hacerle viviendas, darle colchones…
– Claro, antes de Perón estaban en la nada. – le digo.
– En el suelo. Dormían en el suelo. Con lluvia, frio y viento… y yo miraba desde la ventana y me daba una lástima que esa gente no tuviera donde dormir… En cambio, con Perón, hasta tenían desayuno, baños, duchas. En el fin de semana, cuando ellos se volvían a su casa, se llevaban el atado de ropa para poner a lavar, y el lunes ya se traían la ropa nueva. Los tanos con Perón puteaban, porque ya no podían tenerlos mal, ahora era ¡obligación! que tengan todo en regla. Escuchame esto… cuando juntaban el maíz, se ponían una bolsa larga, se la ataban a la cintura y ahí llevaban a los chiquitos, que después dormían en el surco, mientras el marido juntaba la cosecha. Era triste…
– Se ve que era muy desigual.
– A mi no me gustaba… – me contesta con lamento – Y a mí nadie me había enseñado (que ideologías tenía Perón) pero yo, eso, no lo podía ver…
Entonces yo me vine a la ciudad con mi hermana a vivir con mi tía, y mis papás se quedaron en el campo con mi abuelo. Años más tarde, cuando mis papás vendieron y vinieron a la ciudad y mi viejo se enteró que yo era peronista… ¡una cachetada! Mi papá estaba tan enojado… pero yo solo fui peronista por eso, por los peones. Después nunca más.
Sin embargo, su peronismo la llevó en su momento a conocer a Evita, a quien recuerda con cierto cariño, y también con una imagen difícil, ya que la conoció en sus últimos años.
– Yo recibí a Evita, cuando era joven y trabajaba en Standard Electric, en Thomkinson al 1700. En el 51, un año antes de que muriera. ¡Blaaanca, como un papel! Parecía que se caía. Y ella me decía: “Si se entera el general que hoy no comí ni desayuné nada…” Y los ingleses y los norteamericanos (dueños de la empresa) no la querían, no les importaba. Ella también venía con el gremio, que ya empezaba a ponerse potente. Entonces ellos decían “no vamos a venir (a la reunión)”, ofendidos. Pero después cuando llegó… ¡Arriba del escritorio estaban! ¡Le tocaban el pelo! Ellos no querían venir… y ahí estaban, la querían abrazar, besar…
Tengo tantas cosas para contar….
Y a mi todo me interesa. – pienso – Puedo hacerle muchas preguntas. Pero todo me interesa por igual.
– Te puedo contar de cuando íbamos a escuchar tango. – me dice – o cuando murió Gardel, en el accidente del avión. El pueblo, los diarios, la gente estaba enloquecida. Todos lloraban, mucho duelo hubo para Gardel, mucho duelo…
Después te puedo contar de cuando venían las orquestas al pueblo, a cantar. Castillo… y algunos más que no recuerdo.
– Y el tango, ¿en qué lugares se podía ir a escucharlo?
– El tango cuando se hacían las fiestas, como del 25 de mayo, en la intendencia. Iban los mandatarios y toda la gente. O en los cines también, íbamos a ver teatro, que venían a cantar. Íbamos mucho a ver a Corsini.
Esta vez yo cambio de tema. Le pregunto por el correo. Me interesa saber cómo se comunicaba la gente en ese momento.
– Todo iba por correo. – me cuenta – Yo me acuerdo que mamá quería tener el jardín lindo, y le costaba mucho por la tierra que venía arenosa. Entonces compraba las semillas, todo, contra reembolso. Llegaba y teníamos que pagarla.
– Claro, llegaba de todo, encomiendas…
– Si. Nosotros vestíamos de Buenos Aires siempre, porque nuestra tía nos mandaba gorritas de colores, trajes e íbamos al desfile y a todas las fiestas pipi – cucú porque nos llegaba todo de la ciudad. Si no, teníamos que venir a Buenos Aires a comprar ropa. Nosotros teníamos esa suerte, éramos los únicos que teníamos familiares allá que nos podían mandar la ropa.
– Parece que venían cosas de valor. O sea, había confianza en el correo y en que todo iba a llegar.
– Sí. Todo cosas importadas eran. Venían capelinas, tapados. Todo correo. Por el tren, que lo dejaba ahí y uno iba a buscarlo. Entonces estaban todas las cajas, y no se pagaba nada porque ya estaba todo pago de ciudad.
También estaban las cartas, se mandaban mucho y algunas eran contra reeembolso. Había una casa que se llamaba Calé, que nosotros le pedíamos gladiolos, hortensias, las semillas y todo llegaba bien. Mi abuela las compraba desde la ciudad y las mandaba. Yo mandaba una carta haciendo un pedido y después lo pagábamos al retirarlo. Nadie se llevaba la mercadería sin haber pagado.
Luego de esto, seguimos hablando un poco más, de tiempos más actuales, los cuales están para un capítulo aparte.
La película de Elsa llegó al presente, y veo en sus ojos que esto no le gusta.
Es un poco lo que nos pasa a todos hoy. Miramos para adentro, o miramos hacia atrás, pero no nos gusta vernos hoy. Y ni hablar de mirar hacia adelante.
– Ahora, con esta pandemia… – me dice, un poco triste – Yo nunca vi algo así en el mundo… La verdad que es terrible…
– Es terrible. – le contesto, triste yo también. Sin embargo, tiro un salvavidas – Pero bueno… es lo que tocó ¿no? Va a haber que pasarlo…
Elsa lo piensa. Y luego de unos segundos, dice, casi resumiendo todo su espíritu en una frase:
– Y si, vamos a tener que pasarlo.
Elsa yendo a trabajar a Standard Electric
Los niños en el Ford, el auto del Sr. Ambrosio, Gral Pinto 1930
Flia. Ambrosio junto a la nueva cosechadora, Gral. Pinto 1934 (Elsa es una de las bebés de abajo)
Mi tia Elsa, gracias , quisiera cintactarme con quien hizo esta nota hermosa
Hola! La hice yo, soy Dante Mesa. Mi mail es mesadante6@gmail.com. Me alegro mucho que te haya gustado la nota!! Tu tía es lo más y se lo merecía. Abrazo grande.