La anécdota de una bungense con Maradona que no pasó inadvertida ante la muerte del ídolo
Susana Pozzi es hija del reconocido médico que por muchos años vivió, atendió; naturalmente hizo historia en la localidad del partido de General Villegas.
La periodista que ejerce en la ciudad de Rosario y ha recorrido buena parte del mundo con esta profesión, aunque también por cuestiones humanitarias, expresó en sus redes el impacto de la sorpresiva (quizá por eso de que «el Diego» parecía inmortal) muerte con una anécdota vivida en sus años de movilera para LT 8 de Rosario, cuando Diego Armando Maradona llegó a Newll’s para vestir los colores de ese club.
Susana por entonces utilizó palabras propias de alguien que se conduce por la vida con la lógica de los buenos modales, seguramente adquiridos inicialmente en «su» Bunge; lo llamó «Señor Maradona», y eso fue suficiente para que tuviera una experiencia «de privilegio» con el futbolista más grande de todos los tiempos.
Susana con su padre y madre (foto Facebook Susana Pozzi)
El Ciudadano, medio rosarino se hizo eco de esa vivencia y la plasmó en su plataforma. Una historia contada por su protagonistas que resultará al final una lección de buenos modales.
“Señor Maradona”: las palabras que abrieron la puerta para una nota en un Dodge 1500 para LT8
Susana Pozzi, movilera de LT8 en 1993 cuando Maradona llegó a Newell’s, cuenta cómo consiguió una entrevista exclusiva con el Diez sin gustarle el fútbol, a las 7 de la mañana y luchando con la incredulidad de los productores del programa
Corría septiembre del 93 cuando Maradona llegó a Rosario para su regreso al fútbol vistiendo la camiseta de Newell´s Old Boys. La ciudad era una fiesta. 40.000 personas lo recibieron en el Coloso del Parque. Era (y es ) tal magnetismo y la admiración que despertaba que por unas horas desapareció la grieta que divide a Rosario entre dos amores del fútbol: Newell’s o Central. En el Coloso se veían personas con los colores centralistas azulamarillo que se entremezclaban con el rojinegro haciendo de esa tarde una paleta de colores mágica.
Estuve ahí cubriendo para LT8, radio para la que trabajaba. Larga jornada recogiendo testimonios de la gente, contando ese vibrar colectivo que Maradona despertaba y se multiplicaba en ecos de infinitos “Diego Diegoooo”.
Al regresar a casa, por la noche, decido que quiero hacer una nota con Maradona. No me gusta el fútbol, pero quería entrevistarlo. Era su regreso a las canchas. Sabía en qué hotel se hospedaba. Busco el número en la guía de teléfonos (no eran épocas de teléfonos móviles!!). Llamo al hotel (Riviera). Pido que me comuniquen con el “Señor Maradona”. Del otro lado de la línea el recepcionista dice “aguarde un momento por favor”. Mientras los minutos pasan pienso “ahora me atiende el asistente del asistente y nunca hablaré con él”. De repente escucho un “hola”, me presento y pido hablar con el “Señor Maradona”.
La voz del otro lado de la línea dice “con él habla”. Sostuve con fuerza el tubo del teléfono por miedo a que cayera de mi mano. Me repongo y le explico que quisiera entrevistarlo, pero aclaro, “no me gusta el fútbol, no entiendo a 22 hombres corriendo detrás de una pelota pero sería bueno poder hablar sobre Ud”. La respuesta viene rápida y me dice “Mire le voy a dar la entrevista por dos motivos, primero me llamó “Señor Maradona” y segundo, que es increíble, me dice que no le gusta el fútbol. Nunca nadie que me hizo una nota me dijo eso”.
Tras escucharlo, pienso rápido cómo le digo que la entrevista debe ser a las 7:00 AM. Agradezco la predisposición y suelto, como al pasar, “la entrevista debe ser a las 7:00 AM porque a esa hora estoy al aire”. El Señor Maradona responde “Usted venga que hacemos la nota”.
No dije al productor que tenía esa nota prevista. Al día siguiente éste me indica, en la rutina diaria, que debo ir al barrio Las Palmeras donde me estarían aguardando unos vecinos con no sé qué problemas. A las 7:00 debía estar. Tomo mis cosas y salgo.
Conduzco el móvil hasta las puertas del hotel céntrico. En la vereda estaban los medios del mundo entero. Todos atentos al gran regreso del as del fútbol. Bajo. Ingreso al lobby del hotel y pido por él. El conserje me mira desorbitado y con tono asustado dice “ a esta hora??, mejor llámelo Ud. Disque XXXX número de habitación”. Llamo. Me atiende rápidamente. “Estoy abajo “, digo. Responde “ya bajo”.
Desciende del ascensor acompañado de un asistente que llevaba en su mano un paquetito. Luego supe que era la ingesta que debía consumir pues en esa época estaba en forma por una dieta que hacía con un chino y debía consumir cada dos horas alimentos. Lo invito a que vayamos al móvil, un viejo Dodge 1500 blanco que me dejaba en todos lados pues tenía muchos baqueteos.
Cruzamos el lobby. Salimos a la calle. Una nube de micrófonos y cámaras lo apuntan. Pienso que ahí lo pierdo y no podré hacer mi nota. Sigue caminando a mi lado. Subimos al Dodge. No eran épocas de celulares. Se salía al aire con el sistema de VHF. Comienzo a contactar con la radio. Le pido al productor ir al aire e informo que “estoy con Maradona”. El productor me dice “hiciste los vecinos?? Aguantá que hay un par de notas y tanda”. Insisto “estoy con Maradona”, me dicen “déjate de hablar al pedo, Susana”. No me creían. Lo miré a Maradona y le digo “no me creen, es que no dije que estaría con usted, porque usted es medio complicado, por ahí dice que sí, luego que no”.
Maradona rió y dijo “no lo puedo creer, nunca viví algo así. Tranquila. La voy a aguantar”. Mientras tanto fuera del cubículo del Dodge 1500 iba produciéndose un embotellamiento. La gente reconocía al ídolo y se bajaban de sus autos para verlo. Un señor acerca su perrito al parabrisas delantero y nos lo mostraba. Todo era muy bizarro. Hasta que tras casi 20 minutos a solas con el “Señor Maradona” me mandan al aire. No eran los vecinos del barrio Las Palmeras. Era el “Señor Maradona” que decía “Buen día!!” y un silencio atraviesa el estudio.
PD: Tiempo después nos volvimos a cruzar en Australia, en Sidney. Argentina jugaba allí. La radio me envió. Cuando me vio en el hotel donde los medios se arremolinaban, me miró, levantó su mano, extendió su dedo índice y dijo “Señor Maradona”. Nunca más volví a cruzarlo.